He decidido irremediablemente confesar algunos de mis pálidos y solitarios itinerarios sin escolta o guachimán de lujo. También he decidido solventar mis deudas con la literatura y dignificar mi imagen (como si tal cosa fuese posible, jaja) dentro de los círculos elitistas del estilo y la forma. Y para lograr tal acometido, me he propuesto escribir con una pulcritud responsable (rigor, dirán algunos) recién salida del día a día. También, claro está; he decidido vivir con menos intensidad esos urgentes minutos de vida que salvajemente me he dosificado en los últimos años. Claro, lo sé, Guatemala no es un país del todo sano donde las vivencias extracurriculares dejen de ser una patología omnisciente, tal clérigo sin corbata recitando versitos dogmáticos para sarampiones audaces de medianoche. Tal cuales autosuficientes chamanes de la patria. Pero puedo lograrlo, no lo dudo. Debo sanar mis últimas heridas al frente del pelotón de la duda. Debo domar mis instintos, a punto de domesticar mi audacia con sabiduría. Madurá, escuché la otra vez que le decía Peter Pan a Bertold Brecht. No importa, siempre hay espacio en está aldeíta de plata para crecer. Igual sí se crece mucho, siempre hay pacas de a kilo para estar dentro de los cánones fashion del buen vestir.
Por eso, empezaré con una cita de un amigo-enemigo a quien tan fácilmente le salen los ases conceptuales por debajo de la manga a eso de las horas pico: 'La vida es dura, por eso hay que cogérsela al suave'.
Disculpas de antemano, por el ausente eufemismo tosco y chabacano. Pero entiendan, por mi no inventaron la idea del Transmetro.
Por eso, empezaré con una cita de un amigo-enemigo a quien tan fácilmente le salen los ases conceptuales por debajo de la manga a eso de las horas pico: 'La vida es dura, por eso hay que cogérsela al suave'.
Disculpas de antemano, por el ausente eufemismo tosco y chabacano. Pero entiendan, por mi no inventaron la idea del Transmetro.