Escribir del amor lo cansado, lo indecible. Como un muerto en zozobra, despiadado, aún transpirando. Escribir melómanas vicisitudes en silencio, con desgana, al aire libre. Pasearse por los cafés que hinchados de promesas, prometen constantemente el universo. Colmarse de tulipanes, hastiarse de olvidos, facturar incoherentes fórmulas para saciar la sed del alma. Recurrir a la paradoja. Sospechar que la felicidad se esconde detrás de un manojo de sílabas inciertas. Manosear los muslos del día, escribir a corto plazo. Voltear los corazones de la desdicha y pretender que nunca, o casi nunca, nada solemne haya pasado. Esconder los almanaques de la urgencia, acentuar los hiatos del momento, improvisar canciones de cuna para adormecer los párrafos que aún respiran bajo las sábanas de la historia. Desabrochar las medias del susurro, descalzar los finos tacones del abrazo, escribir del amor sin tinta china y sin orgasmo. Desvestir casualmente las necesidades de la tibia cursilería. Arremeter contra las artes amatorias sin talibán ni acuerdos internacionales de libre comercio. Amar con las uñas, con valium. Amar con publicidad, o sin ella. Amar con toda la literatura de por medio. Amar con la nicotina, con dolby surround y sin películas de moda. Amar con sueldo mínimo, sin mímimas intenciones; pero amar con toda la velocidad RAM del verso.