miércoles, 3 de agosto de 2016

(NUEVA) ARTE POÉTICA

Esa madera necesita un corazón que la humedezca.
Gustavo Cerati






Escribo mal,
no sé escribir.

Le pongo epígrafes de autores asustados a mis poemas blandos
pa' que parezcan densos, sórdidos y temibles. Importantes.

De nada me sirvió estudiar la carrera
y leer una eternidad de libros que fueron oasis a medio día.

Todo el camino estaba muerto con Kafka y Kerouac.
Todo presagio de luminiscencia se acabó con Houellebecq tocándose la pija.


No sé escribir.
Nadie me instruyó en eso.

Fui a algunos talleres de escritura
pero siempre me aburría
y salía a fumar cigarros eternos
o terminaba escapándome con la más desubicada del grupo.


Vi tantas rosas hasta pulverizarlas.
Se me quemó algo dentro y ahora soy ceniza de otro tiempo. Otra nostalgia.
Me creí un pequeño Dios que usaba gabardina con David Huerta bajo el brazo.
Después de un rato empecé a sufrir y solo de eso terminé escribiendo.


Soy sed ausente
y fiebre fría con adioses muertos,
dioses aniquilando espasmos de concreto a media noche bajo la lluvia del trópico.


Mi regocijo está en otra parte.
Me gusta palpar las pieles jóvenes de la vida
sin tregua, ni oscuridad y sin negociaciones obtusas de tarde tibia madrugada.


Quiero dejarle a alguien
lo que todo el mundo le privó.
No me interesan las multitudes.

Me interesa tocar el corazón de una rota,
como yo, que aúlla con Cerati a media rola
entre sábanas tristes y poros tremendos. Sedientos.


Soy el descosido de un grito que le sale fácil.
Un pecho tatuado por serpientes y símbolos oscuros
que fluctúan con el cosmos más apretado y sombrío.


A veces bailo.
Y cuando bailo,
siento vibrar al sexo del poema en todo el cuerpo de la poesía.


Y hasta se me eriza la piel de solo pensarlo.