Interceder a puros golpes con la tierra. Vaciar la tibia mirada en las cosas. Habitar la esencia de los objetos con un galopar de silencio en silencio entre la noche y la fiesta. Vencer al simulacro de los demonios de la tristeza en la esquina de un bar. Guiñarle el ojo a la vida. Desabotonarle la inmunidad a la voluntad. Meter las manos por debajo de la hoguera falda de la honestidad. Bajarle el negro recuerdo a la tristeza y esparcir cenizas por el cenicero de tu corazón, patria; y olvidar los interminables pasajes–peajes del past passport existencial. Inundar las librerías de tristeza. Volcar las mesas irrefutables de los cafés. Remediar contra los vagabundos a todo color o en blanco y negro. Matar a los bartenders de la hora feliz, y dejar de propina, el corazón. Contaminar el aire con adjetivos rancios. Respirar paz en tu melena, nena; vencer al soliloquio de la soledad. Visitar inconstante la saliva de tu voz. Refugiarme en los vestigios de tu complicidad luz. Arroparse de música en los engranajes del viento. Acertar los dardos de la felicidad sobre un espejo de trivialidad. Detenerse en las aceras, voltear el rostro, putear la muerte. Encender un cigarro. Titubear en silencio, hastiarse de completita irritabilidad. Permanecer al tanto, de lo que no se dice en los telediarios. Encender las lucecitas de la irremediable felicidad. Cocinar con archiultraganas un platillo fuerte para el corazón. Eructar la indiferencia, defecar la deshonestidad. Volver al postre. Irradiar paz. Descansar suavecito, nena; sobre tu vientre de rojo azar. Palparnos las manos. Evitar las negociaciones de piel, trascender.
Irremediablemente en silencio, con y sin vos; trascender.
Irremediablemente en silencio, con y sin vos; trascender.