Ahora viajo con tu liviana espalda, tu rojo azar, tu cómplice mirada. Poco a poco vas llenando los vacíos que me dejó el insolente mar. Fumás del mismo tabaco que se esparce dentro de mi boca, dulce humo y nada gris. Inventás en mí, estaciones para este tren cosquilleo sin luto. Has invadido el territorio que solamente habitaba mi cotidiana soledad. Alejás en slowmotion a los fantasmas de esta distancia urbana trivialidad; y, te contemplo así. En silencio. Rozando nuestros tibios pies. Palpando nuestras duales manos, entre un inevitable paraíso amanecer.