He descubierto últimamente, que hay gatos siameses que sí tienen tres patas. E inconteniblemente sonríen, agitándose la panza, cómo perros; cuando le rascás a hurtadillas la cuarta pata o la perversa cola negra con manchitas a lo dálmata. Te ven de reojo, con sus ojos europeos y encima, te descalifican tal cual vos borgeano fueras.