Me volví loco
entre sus piernas.
Le rasgué las medias
como canción de Soda.
Le encendí el fuego apagado
de su rincón más y más austral.
Así, nos fuimos yendo al más allá
entre canciones de Nina y LCD Soundystem.
Todo fue una maravilla,
un elixir embriagante y adormecedor
que nos encontró a las seis de la mañana
desparramados y cansados y tibios y desnudos.
Pero...
Su sonrisa fue una mala jugada,
una maldición gitana,
un temblor de dioses griegos
y un brillo en los ojos cansados
que despertó a las bestias del Olimpo.
Ahí empezó el drama.
Los adioses convulsos.
La cuchillada bajo la mesa del mantel.
No supe qué hacer.
Solo surfeé la ola como pude:
elegancia, calma y observación.
Solo surfeé la ola como pude:
elegancia, calma y observación.
Le dije: "ojalá te vea pronto".
Pero ambos sabíamos que era una mentira,
una gran hecatombe existencial e ilusoria.
No importó.
Cuando se fue puse Virus y Serú Girán.
Bailé con ganas todo el resto del atardecer.
Bailé con ganas todo el resto del atardecer.