sábado, 7 de octubre de 2017
LOS SÁBADOS son azules
Pareciera que todos los sábados son azules
sin importar el año, el lugar o el peso de la vida.
Recuerdo que era el año 1999
y estábamos en Atitlán más o menos perdidos.
Le leía y releía poemas de Huidobro a Mona.
Mona fue una fotógrafa que conocí antes de abandonar la carrera.
Por esos años tenía una obsesión con los chilenos.
De Roca, Teillier, Parra, Neruda, Lihn, Rojas, Bolaño.
Todos sus poemas me parecían azules
como el vasto peso de una mirada sobre la marea de un cráter dormido.
Después de eso todo lo que hice fue buscar estrellas perdidas.
Nada volvió a ser lo mismo y me puse a hacer las pases con cualquier pelirroja.
Todo fue un regurgitar de violencias vencidas y de cabos rotos.
La madrugada de un domingo me encontré escuchando Sui Generis sin ganas.
Así que vomité todos los adioses
como si fueran innecesarios.
Me dilapidé una fiesta de caracteres
y me puse a bailar desnudo a la hora del alba.
Con todo lo que perdí
construí un castillo roto pero espléndido.
Desvestí más mujeres
de lo que imaginan todos los marineros.
Escribí plétoras, sismos, hecatombes.
Fui Fénix una y otra vez entre los más deliciosos escombros.
Ya nada me sorprende.
Solamente las piernas abiertas de una mujer sobre mi boca.
A veces pareciera que todos los sábados son azules.
Pero no.
Todos los sábados son melancolías pasajeras
porque mañana será domingo.
Y habrá sol.
Y habrán muchas más mujeres y libros donde perderse de nuevo.