domingo, 19 de marzo de 2017
USTED
"¿Para qué creer en el azar? Yo nací para esto".
Gustavo Cerati
Usted
pudo haberse llamado Julia
Rita, Annelise o Francesca
y haber crecido
toda su vida en Praga,
Japón, Perú o Venecia.
El tema es,
que su nombre no es el tema,
ni mucho menos las canciones
que la hicieron ser lo que fue
aquella noche de septiembre.
Yo también
pude haberme llamado
Oscar o Mark Lamstrom,
ya no importa.
Pude haber sido judío
que creció con Chopin
o un caribeño feliz
que predicó Bob Marley.
Ya ve.
Uno al fin puede ser cualquier cosa.
Un abogado, un geólogo, un artista.
El tema
es que su risa desheló
lo más oscuro de mi pecho
y eso en el fondo se agradece.
Porque uno no quiere
andar repartiendo ecuaciones tristes
o arritmias insolentes a media noche
con extrañas o extraños
que le entregan el corazón
en un abrir y cerrar de ojos.
Uno va
por el mundo
sin darse cuenta
y tarareando párrafos
de libros que hicieron clic
a medio semáforo del absurdo
o al final de una sentencia que era un beso.
O quizá,
en una inundación temible de soledad
en la que el cuerpo quiere dormir
y la cabeza quiere ir al cine.
No sé, piénselo,
uno es una bomba
a punto de estallar
en cualquier parte.
¡Pero usted y yo coincidimos!
Nos encontramos, pues,
como dos luces
que se encuentran
en una heladería de verano
donde vimos
como las nieves
y los dulces de leche
se derretían sin dudas
sobre los conos crujientes
de la realidad más incongruente.
Coincidimos, pues.
Y eso es sagrado.
Coincidir no es de todos los días.
Coincidimos
al unísono de los orgasmos
y poco a poco nos fuimos adentrando
el uno con el otro como un Samsara.
De poco en poco
fuimos construyendo un Sistema Solar
en el que no cabían los miedos
ni los agujeros negros.
Por eso hoy, que pienso en usted,
no quiero que piense lo contrario.
El presente es una tierra fértil
y el futuro un puerto abundante
que anhelamos sin dudarlo día a día.
Porque ya lo pasado, pasado.
Y aunque no me interesa
saber qué hace, qué siente.
Puedo decirle
que no hay clítoris
que rime más atinado con Cerati
que el suyo. Ese en el que desvarié
tantísimas noches a final de párrafo.
Y además,
que sus piernas
fueron parteaguas
donde encallaron lento
mis deseos más esdrújulos.
Ya ve. Uno es lo que siente.
Así que no se sorprenda
si con esta canción
de los Arcade Fire en piano
y con una cerveza oscura
la pienso,
como un tsunami
que se aparcó en una costa intangible.
Posiblemente
no la vuelva a ver más, o tal vez sí,
eso no lo sabemos ahora o nunca.
Lo que sí sé
con certeza,
es que aunque usted
pudo haberse llamado
María del Carmen García
o Jessica Lanford Smithersons,
pero su mirada de aquella madrugada
donde invocamos al espíritu del deseo
fue algo sagrado que abrió una puerta.
Sí, una puerta hacia otros senderos.
De más está decir
que su cadera fue
augurio y locura y marea alta
en el pueblo más apacible de América.
O que su balayage tenue
fue incendio y abrigo y terremoto
en la madrugada más febril del Trópico.
Ese instante lo respeto,
y en serio lo agradezco.
Ese caminar pausado
me trajo hasta aquí,
Martina, María, Laura, Mónica.
Usted me trajo a este hangar
de vuelos inesperados
donde escribo estos garabatos
donde tiernamente la celebro.
Así que gracias
por el recuerdo y la imagen
de bosques, piscina y volcán
donde los lepidópteros salvajes
fueron física, humedal y movimiento.
Ahora solo son ceniza
de otro costal de arena y tormenta,
mientras veo el Volcán de Fuego
cubierto de granizo blanco y hielo de otras eras.
Mañana será
solo noticia en los diarios.
Y usted y yo seremos sombras en degradé
de una canción que habita todos los escombros.