«They're applauding the DJ.
Not the music, not the musician, not the
creator, but the medium.
This is it. The birth of rave culture. The
beatification of the beat.
The dance age».
Tony Wilson en un toque de A Guy called Gerald (24 Hour Party People)
He visto
el deterioro
en las fiestas
y en los andamios
del impulso noctámbulo
de dos o tres generaciones.
He visto amigos sumergirse
en el abismo de las pretenciones
y he visto a otros hacerse grandes.
Desde hace
quince años
deambulo delirante
por todas las fiestas
siempre esperando
algo desconocido
único
irremediable
que sólo leo
en Houllebecq
o veo en Gaspar Noé
donde la noche y la madrugada
son altares para rendirle culto al
hedonismo y nihilismo más erecto.
La fiesta es una Salve.
Es un exorcismo salvaje.
Un mantra sagrado desde hace milenios.
La catársis del baile y el trance
no es algo que haya nacido hace poco
con la histeria de los hashtags y las redes sociales.
La fiesta es un ritual,
un hexagrama exquisito,
una invitación espontánea
pero programada matemáticamente
a soltar las cadenas que nos rigen.
¡Vamos a bailar! ¡Hagamos estallar al cosmos!
Vamos a ponernos explícitos y sensoriales
si al final la música y el guaro y las drogas
también son sensación en sus fórmulas más exquisitas.
¡Pero no insistás en drogas!
Esta noche pinta suavecita
y prometo no meterme nada
sólo si al final del túnel hay abismo.
Las drogas son un añadido talentoso,
un aliño bendecido por la misma muerte
pero no son "el todo". Están lejos de eso.
Hasta Hoffman,
ese ruquito maestro nos lo dijo
muy sensatamente en su tibio y
alucinado gozo de laboratorio.
Por eso cuando me invitan a una fiesta nueva
me pongo difícil y agrio y escéptico y distante.
Quisiera escuchar a los Happy Mondays
con sus intervenciones entrañables
o a David Graham dando vueltas y
vueltas hasta el infinito más causal
de toda la galaxia que nos da casa.
Pero quisiera aún más:
Bailar.
Sentir.
Viajar.
Desaparecer.
Dejar el piso
de los mortales
al sentir un superbajo o un visual potente
que acertó por sorpresa con lo que yo pensaba.
Quisiera olvidarme que hay humanos en la fiesta
y bailarlo todo antes que sea demasiado tarde.
No quiero viajes cortos. Quiero paraísos longevos.
Luces que exploten
en cada uno de mis
recuerdos
bailes
síntomas
estruendos
miedos
ansiedades.
Quiero olvidar,
pasármela muy bien unas horas
y desconocer el tedio que es vivir
con compromisos y acuerdos y leyes
que nos hacen limítrofes e inconformes.
Por eso
cuando
mi chavo partylover,
ese que todas y todos
llevamos muy dentro
me dice:
"pinta-fiesta-pinta",
yo sabré
que la madrugada
será una serpiente
en la que todos cabalgaremos
hasta el horizonte más inhóspito.
Allí habrá una orgía de deseos
a lo Jim Morrison y sin temores:
"We coud plan a murder... or start a religion", diré.
Como si vistiera un pantalón de cuero
y tuviera el pecho afeitado de esos dolores
que a todos nos habitan de vez en cuando.