«Dile que los suspiros del mar
humedecen las únicas palabras
por las que vale vivir».
Alejandra Pizarnik
Que al sólo verme
saben que soy de mar, dicen.
Y que el estallido de las olas
es mi vida repitiéndose cada
cierto rato a toneladas de dulzura
golpeando con el tedio del olvido.
No lo sé, pero eso dicen.
Además,
murmuran
que la arena es mi cábala difusa
y el estruendo de todas las olas:
mi mantra poderoso y constante.
Pues se lee bien fino.
Ojalá que sea cierto.
Lo que sí es bien cierto
es que cada vez que pienso en mar,
pienso en tu risa derretida
por el pasmo del atardecer
y nada hace sentido
si los perros románticos
de Bolaño no están o las metáforas
de Teillier dejan de ser importantes.
Ya nada es importante.
Todo es impermanente.
Ahora escucho Foals y Jammie XX
en horas donde la noche es sólo ruido
y mañana,
con el despegar y aterrizar de aviones
que vivo a diario como un péndulo,
también será todo eternamente lo mismo.
Estaré escuchando
el mismo coro noventero
de Placebo o Mano Negra
y volveré a pensar
que la música es sólo una excusa y
una promesa para tiempos mejores.
Hoy la luna está muda y todo es vértigo.
Hoy podríamos hablar de tantas cosas
en su cause de alucinaciones.
Hoy podríamos hablar
y todo es rabia y estupideces y algo
de una rola de The National que no
quedó muy claro. Pero bueno...
Esa ida al mar, ese eco Drexleriano.
Ese ahí donde el trance fue inexperto
y único al ritmo de todos los marzos
donde todo pareció detenerse
y además la apatía fue dulce.
¿Qué más decir?
Pongámonos
retóricos y vastos:
Es recuerdo y veneno denso
que gime dolores tercos sin
tinto ni vacío ni paz ni ocio.
Sólo palidez y estática.
Por eso vamos a juntar cadáveres.
Vamos a romper las tinieblas de la desdicha.
Una bomba aterrizó en mi corazón baldío
y dejó un abismo del tamaño del cielo más
insolente y gélido y melancólico
que veo
y releo,
interpreto,
que muerdo con labios secos
que entrego cada cuatro días
a quien, no sé,
pero sólo son
campos minados
canchas deportivas
donde jugar asiduamente
se ha vuelto la última estrofa
de un libro de relatos que escribo
y no dice nada, nunca nada,
todo es frío
sin mar de fondo,
sin oleaje de cigarros light
fumándose las ganas densas ganas
de quererse a ratos
con los dientes agraviados
a punto de vergazos en el
sótano de las ansiedades,
mientras la vida pasa
y duele y no es fácil,
nada es fácil
sólo desembolsar billetes
y ver los proyectos disiparse
en deudas de deudas
pensando en que todo pasará.
Ya fue. No volverá.
Esa ida al mar
quedó lejos
agraviada
aprisionada
detrás de una luna miope
detrás de un enjambre de
abispas tristes ensordecedoras
que sueñan y sueñan y anhelan
poros ya desconocidos
al amanecer
de vez en cuando.