lunes, 28 de marzo de 2016

CIEN (a 100 kph)

«Que te haya dado flores marchitas
no significa que la vida esté muerta
sino que de alguna manera hay que preservarla»

Mi gran bróder: Simón Pedroza



(Texto sin editar)


Hace cien días tuve un accidente de esos que si salís vivo o no lastimás a alguien, es porque hay algo/alguien que de verdad te quiere vivo. Y es que eso siento, que estas horas/días/semanas/meses que han pasado desde entonces son prestados o regalados ("de más"). Porque sería tan fácil -por los pronósticos del choque aparatoso- decirles que no estaría aquí contándoles la historia. Pero bueno, la cosa es que ue traumante y fue una de esas cosas que te cambian la vida con sus hábitos y sus rituales y sus ceremonias. Fue un choque extremo y apabullante, de esos que sólo te imaginás en las películas o en los libros.

En palabras de aseguradora: pérdida total, y punto.

Pero tampoco me quiero poner testimonial o chupavergas. Lo que fue, fue. Y por suerte -o magia del destino- nadie salió lastimado o en féretros o en la cárcel o con parálisis de esas irremediables de-por-vida. Pero a ver, vamos por partes -anacrónicamente o como me dicte este impulso verborreo que significa, al menos desde hace tres meses, ESTAR VIVO-. Cuando me refiero a "estar vivo" puede ser una redundancia, una cursilería, una emoción superflua o una de esas mamonerías de poca talla. Pero no. Cuando me refiero a "estar vivo" significa estar consciente plenamente (individual y colectivo), agradecido a diario por todo y con muchísimos sentimientos más que sólo después de asimilar algo así (acumulado con otro sinfín de cosas) quedás sintiendo y viviendo todos los días.

Basta con decir que antes del accidente todo era un desvarío y un impulso constante (trémulo) por querer "tocar fondo", buscar ansiosamente el otro extremo, querer golpear contra algo (literalmente) o hacerme mierda (mierda mi vida, mierda la vida de las personas que me rodean, mierdamierda todo). 

Una manera de pernoctar tercamente fuera de uno mismo.

Una manera de existir sin verdaderamente existir. Sin compasión. Sin feelin. Deambulando.


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En Instagram leí hace tres meses: "Cada persona que ves, está luchando una batalla de la que tú no sabes nada. Sé amable siempre". Y se volvió mi credo, mi salve, mi pancarta de vida.

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El accidente fue en el Altiplano, justo entre Sololá y Los Encuentros. Regresaba de una boda pasado de tragos y con la única (estúpida) esperanza o necesidad o necedad de querer regresar a mi casa: El Quince, #MiPisoQuince, mi zona de confort, mi refugio, mi búnker solitario al que nunca llegué sino hasta ocho o diez horas más tarde.

Iba tomado y anestesiado. Estúpidamente en automático.

Pero eso no es lo que tanto importa. Lo que importa es que iba dormido. No dormido con los ojos cerrados, sino DORMIDO DE VIDA. Dormido de tantas cosas.

¡Y zas! El talegazo metálico contra otro carro. Trompo insolente. Bajón. Vaivén. Mis ojos viendo de cerca (otra vez) a la muerte... y todo muy lejos de casa.

Después de eso, todo quietud y asombro. Silencio. Carretera solitaria. Noche oscura -oscurísima- y un poema de Pizarnik escondido detrás de las estrellas que brillaban y me hipnotizaban desde lejos. Orión otra vez. Constelación muelle, ancla y faro.


Después pasaron muchas cosas. Desde veinte policías revisando mi carro hasta la madrugada más fría de mi vida acostado en el asiento del carro, que subido a la grúa, esperábamos por un Notario y otro Ajustador para finiquitar y dejar constancia del vergazo (y la imprudencia).

Pero ese fue sólo el inicio. El inicio de algo verdaderamente hermoso que empezaba con algo terriblemente caótico y doloroso.

"Sacar belleza de este caos es virtud", dice Cerati sabiamente. Y eso toca.

Lo material: pues-bueno-es-material-al-final-de-cuentas. Y se recupera. Es sólo tránsito.

La vida: es sólo una. No se recupera nunca (a lo Pink Floyd).


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Todo cambió por completo: mis días cambiaron, mis noches cambiaron, mis hábitos cambiaron, mi manera de interactuar y movilizarme cambió tempestivamente (ahora me muevo en bici, taxi y aveces a jalón de amigas o amigos). Hasta la manera de agradecer a las personas que la vida me pone enfrente cambió por completo. Ahora todo es un verdadero regalo: MI FAMILIA, MI TRABAJO, LOS AMIGOS, LAS AMIGAS, las personas que voy conociendo, a quienes conoceré, lo que como, lo que escucho, lo que lo que celebro, lo que hago, lo que veo, lo que escucho, lo que tengo, lo que no tengo, donde voy, donde no he ido, DE DONDE VENGO.

Todo es un regalo. Y lo seguirá siendo.


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Algo curioso: el accidente ya lo había presagiado. De alguna extraña manera iba hacia él sin detenerme y sin casualidad, sólo CAUSALIDAD. En varios poemas de agosto a noviembre -aquí en La Bicicleta- se veía el estruendo del tsunami. E incluso en un cuento que publiqué en Revista Plomo (de noviembre) también hay algo de recurrencia contundente. Una chica, Eva, se accidenta después de una fiesta de ácidos, ecstasi, coca y guaro. El cuento lo inspiró un accidente que vi en septiembre a dos cuadras de mi casa. Así que no hacerme responsable por el accidente sería estúpido. Soy 100% responsable más no culpable. La culpa es otra cosa, otro veneno, otra llaga y látigo con millón de posibilidades dolorosas. Pero ese sufrimiento culposo es opcional. Uno decide si quiere martirizarse o hacerse mierda hasta la médula.

El dolor, mis queridas y queridos, eso sí es algo inevitable.


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Hay tantas cosas que no se pueden decir en un texto. Toca ir asimilando conscientemente.

Ya sea meditando, leyendo, conversando, reflexionando o soltando.

La lección más grande que me dio la vida (ese putazo en el estómago) fue: DESAPEGO.

Y no precisamente desapego material o emocional, si no uno más certero y profundo. En esta vida estamos de paso, por eso aferrarse a ella es absurdo. También es absurdo aferrarse a una persona, a un recuerdo, a un pensamiento o sencillamente a algo. En el desapego está la fórmula que nos hace libres. Todo lo demás son cadenas, y como dice una foto que me compartió una amiga a quien quiero mucho: "Las únicas cadenas que te dan libertad son las de la BICI". Qué belleza.


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En bicicletear he encontrado lo que había perdido de mi infancia. Había olvidado que me encantan las bicicletas, que son mi objeto místico y que este blog se llama así por algo. Bicicleteando he encontrado muchísimas cosas que no me alcanza contarles en palabras.


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El accidente fue antes de las fiestas de fin de año. Esa época que además te pone más melancólico y agradecido y cursi que de costumbre. Pero en mí el accidente significó algo más. Una especie de mantra, religión y un día a día valorando/aceptando lo que viene. Estaba muy solo, vacío, derrotado y muerto por dentro.


Hoy, cien días después de hacer leña mi carro hizo valer mi vida, y hasta por fin me animé a escribir/balbucear/confesar algo -que seguramente se va a transformar en algo más significativo sino es que ya se está transformando-.

Por eso esto es sólo un esbozo del suceso. Una manera de nombrarlo, una manera de catársis, una manera de (sencillamente) recordar que HAY QUE CELEBRAR LA VIDA.

Al final, la vida es un poema y un regalo. Siempre lo he dicho.

Por eso hoy más que nunca la vivo despacio y preservo e idolatro.

Y encontrarme el libro de mi gran bróder Simón en la librera, fue otro indicio de que vienen solo puras cosas bellas, memorables y llenas de otro millón de cosas perdurables.


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Aún recuerdo las sabias palabras de mi madre un mes después del accidente:

"Estás vivo, así que disfrutá todo lo que estás viviendo".

Tan sencillo, tan básico y tan-se-nos-olvida-todo-el-tiempo.

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Gracias por leer esto.

Y gracias por leer mis libros y mis poemas y mis artículos y mis reseñas y mis balbuceos musicales y mis inventos gastronómicos y todo lo que hago. Significa mucho que hayan testigos, aunque yo hago todo lo que hago por necesidad, PORQUE SI NO LO HAGO ME MUERO.


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Ahora más que nunca regreso a mis canciones de veinteañero: "GRACIAS A LA VIDA y QUIÉN DIJO QUE TODO ESTÁ PERDIDO".

A regresar a la esencia, ahí está la ruta. A disfrutar cada instante y cada experiencia.

Todo es impermanente, sagrado y un regalo.
 

Así sigo con mi día. Cambio y fuera.