«De cuando Fela Kuti me salvó de saltar de un puente...»
Alejandro Marré
A los que están...
y atravesaron la niebla.
Mirá como pasan las nubes.
Pareciera que apenas rozan el aire, el ruido y las montañas.
Sus cuerpos se deslizan tibiamente
sobre una ciudad rústica que tiembla
de Alprazolam, bocinazos y nostalgia.
Mirá como pasan las gentes.
Van ahí con su cúmulo de muertes y fracasos.
Cada vez que se saludan con alguien
un frenesí de hora pico les hincha las entrañas.
Mirá como se estremecen.
Quieren tocarse el alma pero no pueden.
Salen a cenar, beben vino, se abrazan, se toman las manos.
Un frío de invernadero les invade el futuro y el pasado.
No saben vivir el presente. No saben.
Una opereta de Brahms
los inunda desde el cuadrilátero de sus defectos afilados.
Quieren llorar. Quieren amar.
Pero no pueden.
Vos y yo hemos amado tanto.
Tanto que hasta los huesos se nos fundieron
junto al fulgor luminiscente de todas las miradas eclipsadas.
Todo el amor que dimos fueron poemas de Pizarnik, Plath y Vallejo.
Otras veces la poesía nos interesaba tan poco
que estrellamos automóviles
y nos divorciamos del mundo coleccionando piñatas o canciones.
Mirá como las pasan en la radio.
Ahora son clásicas que en nuestro tiempo fueron motín y malos hábitos.
Las quemamos hasta ver la luz amarilla de la mañana
mientras las rayas de coca destilaban una blanca ternura olvidadiza.
Mirá como pasan las rayas del tiempo en la memoria.
Mirá cuanta cerveza desperdiciamos en noche y naderías.
Ahora todo son escombros que vemos desde lejos
para conducir una autopista con rumbo a otra parte.
Anoche escuchaba The Clash y pensaba en eso.
Cuánto infinito recorrimos que ahora se nos hace miope y eterno.
También pensaba en Lorca y Huidobro y Bukowski.
Releía pasajes y brebajes. Todo me parecía un letargo contundente.
Un adiós desdibujado desde otra galaxia
viéndonos dormir junto a jovencitas tristes con pearcings y tatuajes.
Esas canciones de Spinetta, The Smiths o Fela Kuti
que bailamos hasta el cansancio son ahora corazones sin solapa.
Las largas esperas marcando números fortuitos al dealer
ahora me parecen quimeras de una vida que asaltamos.
Fuimos punks, y de los más duros.
Fuimos coraza y destrozo y maremoto.
Dijimos adiós cuando el adiós era prohibido.
Dijimos palabras que jamás fueron nombradas.
Tanto amor en el poema de los días.
Tanta lujuria preconcebida y sin misterio a cuentagotas.
¿Sabés que recuerdo tu risa como una estrella en la noche más oscura?
Podría jurar que todos los poemas de Bolaño dicen tal vez lo mismo.
Por eso esta noche celebraré que no saltaste de aquel puente
o que no te diste aquella sobredosis de amor, sexo, coca o pastillas.
Por eso cantaré una plegaria al mejor estilo de José José
mientras remiendas tu abrigo y los malos ratos en el juzgado.
Esta noche celebraré tus ruidos y tus fonemas y tus presagios.
Que son cómo feroces aullidos de un lobo viejo
o un bebé que gime alaridos beatniks
como poemas salvajes, tiernos y agitados.
Dejame brindar con vos
al ritmo de una canción de David Bowie o Cerati.
Dejame decirte que todas las madrugadas son igual de tristes,
pero hay destellos, pequeños destellos de que la felicidad es un cenicero.
Acá estamos parados, con barba de tres semanas,
esperando que nos sirvan dos gin tonics en una barra
y jugueteando miradas con todas las chiquillas dulces
que se acercan a espaldas de sus novios para pedir un poco de dulzura.
¡Y se las daremos, querido, se las daremos!
Les daremos toda la dulzura que tenemos hecha nudo en la garganta.
Aunque nuestra dulzura sea más agria y volátil
que cualquier noche lenta de esta ciudad con peinados raros.