"Porque la verdad, es de todos".
Miguel de Unamuno
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Tuiteo como si fuera una llovizna lenta. Muuuuuy lenta.
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Me gustas cuando callas porque estás tuiteando desde el otro lado. Es decir, bien presente.
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La palabra es una malahierba en estos tiempos. Crece y crece, pero no desaparece.
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Te quiero comer los caracteres.
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Ella es veloz, besa a mil caracteres por minuto.
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Hasta mi helado se derrite con tu manera de tuitear.
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El tuiteo es una versión grunge de los baktunes posposmodernos.
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Somos un engendro de soledades inhabitables. ¡Oh, dolor!
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Soy un estacionamiento para verdades absolutas. ¡Sufran!
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La batería de los mártires es un solo de guitarra indefinido. Nada es infinito, sólo una tinta inocua y electrónica, sí mucho.
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Yo soy veloz, también, pero taipeo leeentoooo.
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Soy un todoterreno y puedo recorrerte en diez mil segundos por roce. Así de fácil.
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Me encanta verme fracasar, después de haber triunfado tanto. Hasta me siento medallista olímpico del fracaso. ¡Dame el oro, español del demonio!
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La chispa adecuada de Bunbury, es una mentira envuelta en menta y chocolate.
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En las Olimpíadas Literarias, el oro es una quimera.
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Me siento maratonista: Todo el tiempo corriendo.
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La soledad es una banda ancha, que pocas veces recorremos por completo. Así llamaré a mi banda de rocanrol postpunqueta shainin on lucifer milagritos de dios. Lo prometo.
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Me resumo en un haikú: Soy feliz, pleno como esquirla de luz. Nada importa.
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Cada semana próxima, resulta ser mejor que la anterior. Siempre.
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En el mar, la vida podría ser más sabrosa. Sin multinacionales.
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Somos estrellas de distintos cielos.
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Vos, con tus psicoactivos terrenales. Yo, con mi literatura universal.
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Dime qué música escuchas y te diré qué música debes de escuchar.
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No necesito tuitear tanto. Mi corazón tuitea con cada sístole y diástole desde La Nada de Sartré, y lo demás, no importa; porque es Todo.
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En mi galaxia, la cocaína es una línea con rumbo a cualquier agujero tecnicolor.
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Yo nací para la literatura. Punto y seguido. También para la gastronomía. Punto y final.
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Y me embriagué con tus acordes felinos. Pero te ladré, inevitablemente.
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Me encanta editar libros. ¡Qué vengan a mí, así como a Jesucristo los niños!
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Nada es escombro. Todo es poesía. Levantándose, la falda (dos veces, o tres, o cuatro).
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Todo es silencio. Excepto la calle, mis dedos tecleando asperezas y el fenómeno acústico de tus ronquidos olvidándome. Yo no te olvido. Yo te hice. He dicho.
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La literatura se desviste con los ojos. Y las uñas y los labios.
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De vez en cuando me lees, y tus ojos, sí, tus ojos, destilan una urgencia de tacto.