Me recuesto en el sofá. Pienso, interpreto, medito medio minuto entre el silencio. Coloco el jacket junto a tu cuadernito de notas, veo de reojo algún apunte triste. Veo dibujitos sonámbulos, veo eso que no nunca vi de ti. Sobre la mesita de la sala yacen los canutos, el espejo y los sendos Rubios rojos en caja. Veo los libros de Marilyn, el Samsung en stand by, el librito de filmes de los 80’s. El cenicero inmundo, cubierto de espera; me dice que otra vez nos fumaremos hasta las horas. El iTunes se erige en pausa sobre la pantalla, quejándose de olvido. Frou Frou en la melena, Leonard Cohen en la punta de los dedos, Bill Evans sorteándose la vida frente a cada exceso. Arnold Palmer repitiéndonos las mismas sombras, Martin L. Gore derritiéndose en mis manos. New Order abriéndose espacio en tus oídos nuevos. Nouvelle Vague bossabailando en el mutual loving stage.
Detrás mío, tu silueta casi rubia o roja sujetando las copas. Tus pies descalzos, con ganas, llegando hacia la alfombra. La mirada cálida en tu rostro; curiosa quizás, casi insensata diciéndome a oscuras que 'nada es suficiente'. El olor a lluvia en mis negras zapatillas deportivas, negrísimas. La paradoja en los bolsillos, el estímulo insolente danzando en la punta de la amarilla pituitaria. La esperanza de bolsillo, volando de esquina a esquina en todo el cuarto de Pandoras Hadas Rubias. Los cuadritos decorativos sobre las tenues paredes, agitándose de miedo. Casi un millón de fotos tuyas desdibujándose en los etéreos rincones del cuarto. El teléfono de casa en silencio y en redial, marcando mi “siempre certero” número a deshoras. El versito en extrema urgencia mintiéndonos, las manos juntándose en impaciencia extrema frente al relojito de la junia madrugada. Los días doliéndose. Los amantes quejándose. Los autoelixiados llorando. Las futuras elecciones de presidenciables sin la mayor trascendental importancia. Nada pasando afuera. Todo pasando adentro.
Hacemos fiesta. Nos hacemos los solemnes. Cubrimos y cubrimos de layers inconclusos el sombrío recurso de la metáfora. Llevamos semanas sin hablarnos, meses. Quizás hasta años. Tus palabras no me dicen nada, todavía; las mías se quedan mudas sobre tu intemperie de indiferencias bilingües. Nuestros relojes marcan las alarmas. Ambos sabemos qué hacer en esta habitación del tiempo. Ambos sabemos nada, ambos sabemos que volveremos a amarnos. Que volveremos a olvidarnos. Que volveremos.
Tu risa detiene mis balas. Mis músicas de antaño hacen pasar cómo de costumbre, otro liviano domingo sin tristeza. Tus labios quieren reír, mi boca se distorsiona de angustia. Nos dan las veinticuatro horas de respirar nuestros ruidos. Veintisiete. Treinta. Nos dan las ganas y los miedos para ser socios legales de este tibio y preciso minuto de luto. Nos damos de nuevo las bienvenidas, en constancia de abrazo. Nos entregamos en corona de espinas, los adioses fugaces.
Detrás mío, tu silueta casi rubia o roja sujetando las copas. Tus pies descalzos, con ganas, llegando hacia la alfombra. La mirada cálida en tu rostro; curiosa quizás, casi insensata diciéndome a oscuras que 'nada es suficiente'. El olor a lluvia en mis negras zapatillas deportivas, negrísimas. La paradoja en los bolsillos, el estímulo insolente danzando en la punta de la amarilla pituitaria. La esperanza de bolsillo, volando de esquina a esquina en todo el cuarto de Pandoras Hadas Rubias. Los cuadritos decorativos sobre las tenues paredes, agitándose de miedo. Casi un millón de fotos tuyas desdibujándose en los etéreos rincones del cuarto. El teléfono de casa en silencio y en redial, marcando mi “siempre certero” número a deshoras. El versito en extrema urgencia mintiéndonos, las manos juntándose en impaciencia extrema frente al relojito de la junia madrugada. Los días doliéndose. Los amantes quejándose. Los autoelixiados llorando. Las futuras elecciones de presidenciables sin la mayor trascendental importancia. Nada pasando afuera. Todo pasando adentro.
Hacemos fiesta. Nos hacemos los solemnes. Cubrimos y cubrimos de layers inconclusos el sombrío recurso de la metáfora. Llevamos semanas sin hablarnos, meses. Quizás hasta años. Tus palabras no me dicen nada, todavía; las mías se quedan mudas sobre tu intemperie de indiferencias bilingües. Nuestros relojes marcan las alarmas. Ambos sabemos qué hacer en esta habitación del tiempo. Ambos sabemos nada, ambos sabemos que volveremos a amarnos. Que volveremos a olvidarnos. Que volveremos.
Tu risa detiene mis balas. Mis músicas de antaño hacen pasar cómo de costumbre, otro liviano domingo sin tristeza. Tus labios quieren reír, mi boca se distorsiona de angustia. Nos dan las veinticuatro horas de respirar nuestros ruidos. Veintisiete. Treinta. Nos dan las ganas y los miedos para ser socios legales de este tibio y preciso minuto de luto. Nos damos de nuevo las bienvenidas, en constancia de abrazo. Nos entregamos en corona de espinas, los adioses fugaces.