Comprendí que había destruído el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz. (El Extranjero, Albert Camus)
El asunto era escribir un artículo sobre “Los Paradigmas de la Tristeza en la Obra de Albert Camus”; y terminé envuelto en un anhelado arrebato de besos, codiciadas caricias y premonitorios planes con una amiga en la celebración del cumpleaños de un amigo en común. Lo triste, es que no sé si realmente le pueda cumplir. O más aún, que aunque lo desee tanto, ya no pueda desearla cómo alguna vez tanto la deseé.
Sí, sucede que uno se propone ciertas cosas (claro está), y no las cumple. En este caso peculiar, una revista extranjera de literatura de esas que analizan obra literaria del pasado, algo así cómo: Los Dinosaurios Indisolubles Del Ayer o La Máquina Eterna de Los Hombres Sabios; me había pedido el texto con cierto respeto y delicadeza. Al principio, querían algo alusivo sobre "El Alterego en el Consumo de Heroína en la Generación Beatnik". Luego cambiaron por algo 'supuestamente' más light: "Las Paradojas sobre la Contraproducente Obra Whiskera de Charles Bukowsky". Al final optaron por lo de Camus, cosa que me pareció obscena y cero profesional. No por la respetable obra de Alberto, ni por el intenso y extenso discurso que profirió en toda su obra; sino por los sucesivos y constantes cambios de tema. Eso, es lo que me parece nefasto y triste. ¿Cómo una revista de tal calibre no tiene claro el objetivo de su discurso y juega con el marioneta/escritor de tal manera?. Anyway, uno es duro y está bien acostumbradito a bailar tales merengues. O reguetones. O narcobachatas. O tecnocumbias.
Para no hacer larga la pugna, el deadline lo habían cambiado dos o tres veces, el monto por el escrito también. Primero que Euros, luego que Dólares, al final dijeron que me pagarían una parte en efectivo y otra con ejemplares; y que por lo mismo, les enviara los datos de mi dirección postal para enviar en dos semanas el pago. Les anoté la de Johnny's Place en Monterrico. Me pareció lo más correcto, lo más fino, lo más playero. Igual voy para allá en dos semanas, al saludable mar. Lo demás me pareció demasiado provocador para pelear, entonces opté por empezar a escribir ése meollo humano/existencial.
Al final, recuerdo, estaba en casa pensando y pensando (académica e intelectualmente) sobre la tristeza, la soledad, el esceptismo, la rebeldía, la anarquía, el absurdo. Di vueltas por la kitchenette, me serví un sauvignon, me fumé dos o tres cigarettes, me rasqué las crêpes de la existencia, indagué sobre los croissants de la soledad. En fin, me aburrí de tanto pensar en Meursault, en Orán, en la Francia de la Segunda Guerra Mundial; en Sísifo, en Prometeo, en Tarrou. Me exasperé de dar vueltas y vueltas alrededor de Algeria y el Mediterráneo, o meditar sobre Calígula, sobre Jan, sobre Marthe; o sencillamente pensar en Kaliayev, en la Rusia de inicios de siglo, en Dora, en Baptiste o incluso en Sartre. Al final, entre meditar y meditar sobre La Muerte, La Peste, el médico Rieux o la mujer adúltera; lo único que me provocó fue comer algo francés. El antojo, le dicen. Y no precisamente 'paté con baguet'.
Entonces me decidí por invitar a cenar a una amiga con la que no hacemos más que hablar, sonreír, hablar. Tomar, ______, tomar.
Pasé por ella en 22 minutos. Estaba lista, con su sonrisa de verde monchis y su melena recortada en puntas; salvajes de rojo alfabeto.
–¿A dónde vamos? –me preguntó
–No sé, pero ¿quisieras comer algo francés? –indagué
–¡Perfecto! –dijo ella con esa mirada alusiva a Roquefort, Gruyère, Raclette, Tartiflette, Boeuf Bourguignon, Foie Gras.
En eso de los primeros orgasmos gastronómicos, el soufflé terrenal y el salú respectivo con uvitas Pinot Noir; digamos que empecé a sentirme en confianza de hablar y hablar. Ya en esas del plato fuerte, me empecé a sentir cada vez más y más: fuerte. Al final de la cena, ambos decidimos irnos por unos vinos más al bar de un amigo y cuando llegamos, resulta ser que era el cumpleaños de otro amigo: un amigo cineasta que no sabe hablar inglés, ni francés. Para no hacer larga ni irritante la historia, resulta que nos perdimos en los abrazos y en los arduos saludos, las típicas copitas de bar, el siempre bienvenue Manu Chao y el fino blanco bouquet de la liberté.
Al cerrar el bar nos fuimos en tintas caravanas al loft de un artista amigo. Allí nos excedimos, todos en conjunto. Hablamos de Renoir, Matisse, Duchamp, Boudin, Tanguy, Ernst, Monet, Cézanne, Braque, Tolouse-Lautrec, Picabia, Degas e incluso Fragonard. Algunos se fueron yendo, otros nos quedamos. Entre nicotina, vino tinto y otras sustancias nos fuimos haciendo los duros hasta que poco a poco nos fuimos quedando en grupos. Mi grupo, otra vez se volvía de dos.
Con la baby nos separamos del resto y entre pláticas de viajes, discos viejos, pélículas nacionales y chismes de amor; nos escapamos a una terraza divina. Allí estuvimos un buen rato, bebiendo y maldiciendo. Ya al final de la madrugada cuando estaba por salir el sol, un arrebato de finos labios me ofuscó el paradigmatique col. Luego los besos franceses iban de dos en dos. Entre caresses y talons y demasiado liqueur, terminamos hablando de hijos, casa y hasta del hôtel mystique de la lune de miel. ¿En qué Isla o Torre dijimos que íbamos a celebrar?
Todo se volvió tan poésie française que al final de la matinée, casi le propongo a la petite amie un futuro y poétique mariage. Ella sólo sonrió.
Luego por la nuit (ya cada quien en su asunto), cuando parler sans détour por el téléphone portable, una increíble tristesse y una desoladora y existencial nostalgique nos pobló de golpe a los dos. No supimos qué decir. No sé si fue el vino, la exquisita cena; no sé si fue el arte o si fue Camus. No sé si fue el silencio, la soledad o los exquisitos besos. Pero algo tristemente francés nos dejó por última vez sin voz. Algo irremplazable. Algo de Segunda Guerra 'Nupcial'. Algo que sin metralletas nos asesinó.
Al final, entre humo y silencio, nous n'avons pas su que plus dire.
Y la poésie, baby ¿dónde la dejamos? ¿dónde se nos quedó?
Sí, sucede que uno se propone ciertas cosas (claro está), y no las cumple. En este caso peculiar, una revista extranjera de literatura de esas que analizan obra literaria del pasado, algo así cómo: Los Dinosaurios Indisolubles Del Ayer o La Máquina Eterna de Los Hombres Sabios; me había pedido el texto con cierto respeto y delicadeza. Al principio, querían algo alusivo sobre "El Alterego en el Consumo de Heroína en la Generación Beatnik". Luego cambiaron por algo 'supuestamente' más light: "Las Paradojas sobre la Contraproducente Obra Whiskera de Charles Bukowsky". Al final optaron por lo de Camus, cosa que me pareció obscena y cero profesional. No por la respetable obra de Alberto, ni por el intenso y extenso discurso que profirió en toda su obra; sino por los sucesivos y constantes cambios de tema. Eso, es lo que me parece nefasto y triste. ¿Cómo una revista de tal calibre no tiene claro el objetivo de su discurso y juega con el marioneta/escritor de tal manera?. Anyway, uno es duro y está bien acostumbradito a bailar tales merengues. O reguetones. O narcobachatas. O tecnocumbias.
Para no hacer larga la pugna, el deadline lo habían cambiado dos o tres veces, el monto por el escrito también. Primero que Euros, luego que Dólares, al final dijeron que me pagarían una parte en efectivo y otra con ejemplares; y que por lo mismo, les enviara los datos de mi dirección postal para enviar en dos semanas el pago. Les anoté la de Johnny's Place en Monterrico. Me pareció lo más correcto, lo más fino, lo más playero. Igual voy para allá en dos semanas, al saludable mar. Lo demás me pareció demasiado provocador para pelear, entonces opté por empezar a escribir ése meollo humano/existencial.
Al final, recuerdo, estaba en casa pensando y pensando (académica e intelectualmente) sobre la tristeza, la soledad, el esceptismo, la rebeldía, la anarquía, el absurdo. Di vueltas por la kitchenette, me serví un sauvignon, me fumé dos o tres cigarettes, me rasqué las crêpes de la existencia, indagué sobre los croissants de la soledad. En fin, me aburrí de tanto pensar en Meursault, en Orán, en la Francia de la Segunda Guerra Mundial; en Sísifo, en Prometeo, en Tarrou. Me exasperé de dar vueltas y vueltas alrededor de Algeria y el Mediterráneo, o meditar sobre Calígula, sobre Jan, sobre Marthe; o sencillamente pensar en Kaliayev, en la Rusia de inicios de siglo, en Dora, en Baptiste o incluso en Sartre. Al final, entre meditar y meditar sobre La Muerte, La Peste, el médico Rieux o la mujer adúltera; lo único que me provocó fue comer algo francés. El antojo, le dicen. Y no precisamente 'paté con baguet'.
Entonces me decidí por invitar a cenar a una amiga con la que no hacemos más que hablar, sonreír, hablar. Tomar, ______, tomar.
Pasé por ella en 22 minutos. Estaba lista, con su sonrisa de verde monchis y su melena recortada en puntas; salvajes de rojo alfabeto.
–¿A dónde vamos? –me preguntó
–No sé, pero ¿quisieras comer algo francés? –indagué
–¡Perfecto! –dijo ella con esa mirada alusiva a Roquefort, Gruyère, Raclette, Tartiflette, Boeuf Bourguignon, Foie Gras.
En eso de los primeros orgasmos gastronómicos, el soufflé terrenal y el salú respectivo con uvitas Pinot Noir; digamos que empecé a sentirme en confianza de hablar y hablar. Ya en esas del plato fuerte, me empecé a sentir cada vez más y más: fuerte. Al final de la cena, ambos decidimos irnos por unos vinos más al bar de un amigo y cuando llegamos, resulta ser que era el cumpleaños de otro amigo: un amigo cineasta que no sabe hablar inglés, ni francés. Para no hacer larga ni irritante la historia, resulta que nos perdimos en los abrazos y en los arduos saludos, las típicas copitas de bar, el siempre bienvenue Manu Chao y el fino blanco bouquet de la liberté.
Al cerrar el bar nos fuimos en tintas caravanas al loft de un artista amigo. Allí nos excedimos, todos en conjunto. Hablamos de Renoir, Matisse, Duchamp, Boudin, Tanguy, Ernst, Monet, Cézanne, Braque, Tolouse-Lautrec, Picabia, Degas e incluso Fragonard. Algunos se fueron yendo, otros nos quedamos. Entre nicotina, vino tinto y otras sustancias nos fuimos haciendo los duros hasta que poco a poco nos fuimos quedando en grupos. Mi grupo, otra vez se volvía de dos.
Con la baby nos separamos del resto y entre pláticas de viajes, discos viejos, pélículas nacionales y chismes de amor; nos escapamos a una terraza divina. Allí estuvimos un buen rato, bebiendo y maldiciendo. Ya al final de la madrugada cuando estaba por salir el sol, un arrebato de finos labios me ofuscó el paradigmatique col. Luego los besos franceses iban de dos en dos. Entre caresses y talons y demasiado liqueur, terminamos hablando de hijos, casa y hasta del hôtel mystique de la lune de miel. ¿En qué Isla o Torre dijimos que íbamos a celebrar?
Todo se volvió tan poésie française que al final de la matinée, casi le propongo a la petite amie un futuro y poétique mariage. Ella sólo sonrió.
Luego por la nuit (ya cada quien en su asunto), cuando parler sans détour por el téléphone portable, una increíble tristesse y una desoladora y existencial nostalgique nos pobló de golpe a los dos. No supimos qué decir. No sé si fue el vino, la exquisita cena; no sé si fue el arte o si fue Camus. No sé si fue el silencio, la soledad o los exquisitos besos. Pero algo tristemente francés nos dejó por última vez sin voz. Algo irremplazable. Algo de Segunda Guerra 'Nupcial'. Algo que sin metralletas nos asesinó.
Al final, entre humo y silencio, nous n'avons pas su que plus dire.
Y la poésie, baby ¿dónde la dejamos? ¿dónde se nos quedó?