A Mills y Marré,
Tenés
que abofetear a la muerte,
bailar tango mientras cantás la de Perales,
usurpar el vino más caro de la alacena de tu chula novia,
tintamanchar con dos o tres dignas copas
el mantelito que cubre la mesa de roble de la salita del fondo.
Tenés que trabajar en campañas antitabaco,
salir a la salita de espera, ser creativo,
liar con dios o con el diablo, tenés que fumarte la mitad del sueldo.
Tenés que escuchar música fina
para que no digan que sos incauto.
Tenés que saber de yoga, instituciones políticas,
derechos neoliberales, prosas famosas, programas de tv.
Tenés que saber de memoria el menú de Mcdonald's.
Tenés que hacer dietas, ir al gimnasio,
lustrar los zapatos, lavarte la sucia boca diez veces al día.
Tenés que ignorar la injusticia, pagar las cuentas al día,
hacerte sabio en un cursillo de superación dos veces por semana.
Tenés que practicar el I Ching, facturar honorarios, saber de yoga.
Tenés que desvestirte y pretender que te gusta.
Tenés que desvariar y ponerte intelectual en las mesitas redondas.
Tenés que masturbarle la mirada a la tristeza y encender un habano,
tomar un caro Scotch, pedirlo en botella, pagar la cuenta,
para que no digan que sos hueco, cursi o aprovechado.
Tenés que dirigir una revista, pasear al perro, comer mierda de lujo,
abastecerte con las mejores drogas de diseño, asesinar al puto olvido.
Tenés
que hacer la cama, colgar el cuadro, compartir el sueldo.
Tenés que repetir la historia y darle vuelta
para que el acetato de la indiferencia no se repita
y luego recriminen con 'ahí viene éste con la misma historia'.
Tenés que ir a los bares, juntarte con la suegra, impedir que te asalten,
tenés que viajar cuarenta minutos y hacer cola otros veinte.
Tenés que pretender que sos culto, que fumás marihuana,
que sos un escritor cool con gustos serios,
pero que no te gusta nada tan 'serio', tan 'serio' cómo los beatniks.
En todo caso,
tenés que hacer llamadas sinceras para que no te olviden.
Juntar la basura, olfatear las minifaldas de tu amiga, escribir poesía.
Tenés que pagar las cuentas, pregonar ante el silencio, saber de yoga.
Conocer de Jung, cantar al Buki o José José, pero bailando la Lambada.
Tenés que asaltar a los dioses de la buena poesía,
impedir que te espanten los años, no sucumbir ante el día a día.
Tenés que escuchar Mozart, Chopin, Wagner o Brahms
para que no digan después, que sos reguetonero.
Tenés que aprisionar los miedos,
derretir la sangre, invertir en lujos; en fin, jugar con fuego.
Tenés que invertir en la bolsa, saber de yoga, ahorrar la renta.
Pagar los peajes que conducen al infierno, envenenar al mundo,
crucificarte solo, enderezar los clavos, tragarte tu propia cicuta.
Tenés que confesar, tomar el ascensor, pagar los gastos de tu entierro,
firmar con tinta china legible, tu triste y blanco epitafio.
Tenés que beber vino, si te ofrecen vino.
Tenés que beber agua, si te ofrecen agua.
Tenés que engañarte, un domingo sin tristeza, diciéndole al espejo:
'Vendrán nuevos rostros, vendrán nuevos días'.