Hace unos días mientras me rascaba la resaca en un café de esos minimalistas seudo europeos, me topé con un libro –imaginariamente– exquisito. Es decir, él apareció sin que lo buscara. Apareció cómo un cadáver poéticamente mutilado y yuxtapuesto sobre la arena mientras se da el paseo matutino después del apasionado descanso, el sexo vespertino, la risa compartida, el intenso apetito político, las ganas de huir sin veleta-canción) o sencillamente: después del primer cigarrito del día. La marea, supongo, lo trajo inevitablemente hacia mí. Y mientras pasamos más tiempo en compañía (juguetenado con los instantes), nos fuimos haciendo fieles cómplices de duda (y al por mayor de los compases eruditos, por supuesto). Cabe mencionar, que no es un libro sumamente hilvanado en finas telas hispainglafrancoitalianas, ni mucho menos es una novelita rosa de esas autoras (enigmáticamente) nada asombrosas que nunca llegan a ganar un Premio Herralde. Tampoco es una pieza de ¡Puta Madre!, fundamental para la Historia Universal de los Hijos De La Concha De Su Madre. Mucho menos, es una novela posparto nacida en un hospitalito clandestino de la Avenida Bolívar; huérfana de nacimiento y sin dosis de heroína para sus largas noches en la Jefatura del Dinc o en un agujero negro de la nueva constelación del Barrio San Antonio. La novelita, en todo caso, es algo mucho menos puntual. Algo menos ecuménico. Algo tristemente inspirador. Algo. Solamente algo.
Y por más que saque a pasear al perro o flirtee con la vecinita universitaria (a quien imagino en inaccesibles y diminutas bragas); no logro sacarme del camino su irremediable y querida presencia, Comandante Nachojosa. Tanto así, que desde entonces se me aparece a diario por todas partes; cómo cancioncita de Arjona o calvicie premeditada de la Britney. Entonces, he llegado a entender que los Alephs más próximos de este heladito ladito de marzo del continente, son una especie de ringtone transnacional sin banana split. Algo así como un tenor de Coltrane siendo manoseado por Úrsula Iguarán en un capítulo pirateado de Padre de Familia a la 1 de la mañana por el desaparecido Canal Cinco después de Cuestión de Minutos cuando el silencio habita la madrugada desdeñable de Doña Sofía Pérez López de Grijalva que sueña con ser la Latin American Inventor de su cuchubal mientras se hace la manicura en un Spa-Temascal de La Calle 13. Porque trece son los motivos que me llevan a tus perjúmenes, mujer. Porque siete son, los pecados capitales. Siete son, querido son.
Y por más que saque a pasear al perro o flirtee con la vecinita universitaria (a quien imagino en inaccesibles y diminutas bragas); no logro sacarme del camino su irremediable y querida presencia, Comandante Nachojosa. Tanto así, que desde entonces se me aparece a diario por todas partes; cómo cancioncita de Arjona o calvicie premeditada de la Britney. Entonces, he llegado a entender que los Alephs más próximos de este heladito ladito de marzo del continente, son una especie de ringtone transnacional sin banana split. Algo así como un tenor de Coltrane siendo manoseado por Úrsula Iguarán en un capítulo pirateado de Padre de Familia a la 1 de la mañana por el desaparecido Canal Cinco después de Cuestión de Minutos cuando el silencio habita la madrugada desdeñable de Doña Sofía Pérez López de Grijalva que sueña con ser la Latin American Inventor de su cuchubal mientras se hace la manicura en un Spa-Temascal de La Calle 13. Porque trece son los motivos que me llevan a tus perjúmenes, mujer. Porque siete son, los pecados capitales. Siete son, querido son.