Deshilar las alquimias de la soledad
en pantalones duetos de campana,
y cintura stretcht.
Amontonar los vicios,
uno sobre otro, académicamente;
y amalgamarse de tal manera
que la política deje de importar;
igual que si es atún o pollo frito.
Involucrarse en pláticas ajenas
de dietas neometafísicas
y rimel paladar popcuántico.
Abrir ventanas insólitas
a doble espacio y punto suspensivo,
con vuelos directos, y sin escala;
directos a las latitudes abiertas del corazón.
Aguantar la inevitable marea alta
en barcos impermeables de alfabeto;
sin dioses amuletos,
o sagaces sacrificios de penúltima coronación.
Horadar entre las matemáticas,
bailar ballet dentro de las carnicerías,
curiosear entre las rendijas oxidadas del dolor.
Maquinar cortometrajes tontos,
hilvanar teorías seudocríticas
siempre al filo del penúltimo orgasmo.
Bukowskear vaginas silentes.
Cortazarear racimos de nostalgia.
Joycear los días, intrínsecamente y en sigilo.
Palpitar a secas, en un Borgeano microsegundo.
Irradiar lágrimas Poundeanas sobre las avenidas,
sobre las calles o en las alfombras de las Casas de Cambio.
Baudelear Nietzscheanamente los momentos
mientras Edipo juega, Wagnerianamente,
a orinarse en los pantalones bootleg de su dealer;
y su vieja endeble muere asesinada
por el primogénito y triste recuerdo,
de su marido manoseando a la nieta feliz de la familia.
Culturear subversivamente a los académicos,
sin compañías de crucial mañanero;
rutinas absurdas, u horarios fijos al sueldo mínimo.
Evadir la evasión de impuestos,
y resguardar el último adjetivo;
en la punta de la lengua, o viceversa.
Arremeter contra el olvido.
Mudarse de primavera en primavera.
Saciar la sed con megalómanas vicisitudes.
Interceder por los vivos.
Arremeter contra el olvido, eufóricamente.
Dejar en remojo las páginas nuevas de un nuevo amor.
Cantar canciones absurdas en las filas de los bancos.
Improvisar recetas de domingo, en los días martes.
Bailar lambadas toscas, en los cuarteles de la soledad.
Coronar a las reinas de los supermercados
mientras se improvisa en silencio,
una nueva sinfonía contemporánea, y para todos;
con periodismos narcisistas, maíz y fundamento.
Agilizar los procesos transatlánticos,
para que el vino sea vino al igual que la pasta;
y los mundiales futbolísticos sean, irreversibles pentagramas ópticos.
Olvidar en todo caso,
cualquier cortopunzante mala racha.
Y detenerse tan solo un minuto, abreviadamente;
para volverse a enamorar de la minifalda, de la literatura patria.
Del libro inédito RítmicoUno: A Dos Pasos del Fango, 2006