Soy un hombre feliz,
con tendencias irritantes
y soberanas rutinas lingüísticas de cualquier hora.
Me paseo por las librerías
buscando mi más póstumo arrebato
y ya no bebo café, como algunos creen;
ni subestimo a los católicos empedernidos
ni a los pederastas multimillonarios
pero le sonrío al mundo entero
y sobre todo a los niños
que arremeten corazones y estrellas, contra sus padres.
Por las mañanas me despierto
con una soledad de vanguardia,
contemporánea y traviesa
rascándome los huevos.
Me levantó de la cama,
veo al mundo
mientras me sostengo la tibia pija con una sola mano
y voy por huevos,
a huevos;
para quitarme de encima este erótico hedor
de los fantasmas de Morfeo en minifalda.
Empiezo el día
con una nostalgia vagabunda y muda,
salgo a la calle;
a pasear mi rutinaria tristeza en éxtasis
dispuesto a bofetear
a cada una de las más míseras recurrencias de mi olvido.
Veo por debajo de las mesas
para ver sí las ejecutivas
llevan bragas color negrísimo vaginal luto
o color frenesí intenso novela rosa;
casi no me masturbo.
Soy fiel creyente asociado del coito a secas,
con credencial de sudor extraoficial
y soledades compartidas
de última negociación y contrabando.
Por la noche
incierto pero tremendo;
enciendo una pila de cigarros y abro el escocés,
con delicadeza
me fumo dos o cuatro.
Luego de la operación abierta al corazón
me voy despojando
del arrebato de la escritura fría y construyo;
castillos salvajes,
ciudades insólitas
parajes esotéricos.
Todos tibios, tibios, tibios.
Ya luego,
cuando el scotch logra su efecto
y la mirada me empieza a temblar de engaño;
vuelvo a rascarme los huevos con cierta insistencia
del tamaño de la solemnidad bárbara,
de todas las religiones del mundo
y viceversa.
Sólo entonces;
comprendo que escribir es un oficio para solitarios huevudos,
sólo entonces, a huevos.
Del libro inédito RítmicoUno: A Dos Pasos del Fango, 2006