En un mundo paralelo, tengo una resaca horrible después de haber tomado hasta la última gota de Cabro en el bajo mundo de las rocolas quetzaltecas. Me duele la cabeza y el cuerpo, pero estoy caminando feliz y sonriente por las hermosas calles del centro de Xela, luego de desayunar unos huevitos revueltos con mucho picante, tostadas con mermelada de piña, jugo de naranja recién hecho y creo que dos litros de agua en medio minuto.
Lo bueno, es que estoy a punto de verme con mis amigos chivos que también están de resaca o con una amiga que me quitará la goma con sus risas, su cadera y sus historias chistosas. La mañana se pasará rápido al igual que la resaca. A eso de las once ya estará disuelta y me daré una vuelta por el parque y compraré unos churros, y tal vez un paquete de cigarros. Me sentaré en alguna banca y fumaré un cigarro, si es que los compro, al mismo tiempo que suenan algunos cuetes. No sé por qué, pero siempre que estoy en el kiosko del parque suena un cueterío espantoso. Yo supongo que es una especie de alucinación por la "siempre borrachera de anoche". La verdad, es que le tengo afecto a este parque. Mucho afecto. Sobre todo por los instantes que viví intensamente. Tanta poesía, tanta música, tanto afecto. Una vez, leímos en voz alta -junto a Emejota y Jotape- "los perros románticos" de Roberto Bolaño empinándonos una botella de vino. Eran las dos de la mañana y podría jurar que fue una de las madrugadas más hermosas de mi vida. Nunca la olvido.
Así que este parque guarda historias. Muchas historias. Por eso ya despabilado de su éter constante y divino, me iré a bailar con la música del Festival La Chusmita que pinta una cosa chula. Este año hay bandas interesantes: Kontrabando, Hot Sugar Mama, Tijuana Love, Soapboax, por citar algunas. Ahí estaré sonriendo con amigos hasta el último rincón del atardecer y, por la noche, ya cansado del baile y la modorra iré a darme un baño rápido al hotel para salir rumbo a Trigales. Este barrio no está tan lejos del hotel. La verdad, es que todo está cerca. Pero a mí me gusta mucho quedarme en este hotel porque está a la vuelta del parque. Así todo lo recorro a pie porque no me gusta salir del centro en carro. El hotel tiene parqueo y me ubico fácilmente. No me pierdo. Pero a donde voy esta noche sí necesito el carro aunque nunca me pierdo. Conozco muy bien el camino. Es como regresar a casa luego de un día abatido y cansado.
Así que ya listo para salir de nuevo, saco el Fiat del parqueo y manejo en silencio. No es tarde pero voy nervioso, regularmente siempre llego tarde pero esta vez voy más nervioso que de costumbre. Voy a cenar a la casa de una pareja de amigos que siento como familia. De alguna manera extraña son mi familia, siempre serán mi familia. Beberemos vino, recordaremos veranos pasados, platicaremos de música, bebidas y haremos planes para vernos a fin de año. No sabemos si se harán realidad los planes, pero es bonito estar en sintonía y desear profundamente que pasen. En fin, la noche va amena y suculenta, pero salgo mañana salgo temprano rumbo a Guate y no quiero manejar de goma. Así que les doy las gracias por la noche linda y me levanto del sofá, no sin antes un sorbo de Zacapa.
Ya en la puerta nos despediremos con los ojos llorosos por tanta emoción y, les contaré muy emocionado que anoche, en un mundo paralelo y sentado en el comedor de mi piso quince en Ciudad de Guatemala, por fin terminé de escribir mi libro Alaska 166. Pero que a pesar de la emoción, no los podré ir a visitar ni cenar tan rico como la pasamos esta noche, ni tampoco podremos beber harto vino como bebimos o que tampoco podré escuchar la música de La Chusmita. Y que tristemente, no podré sentarme en el parque a fumar un cigarro con el cúmulo de recuerdos, ni verme con mi amiga de las risas eternas, ni mucho menos quitarme la resaca que me puse anoche mientras imaginaba que cantaba y cantaba canciones de El Buki o José José con mis amigos quetzaltecos en una rocola de mala muerte.
Y eso, porque nunca llegué a Xela. Como en mi libro, el que terminé anoche.