"Hay recuerdos que no voy a borrar,
personas que no voy a olvidar, silencios que prefiero callar".
Fito Páez
De alguna manera, nos aferramos a las cosas –y personas– por una especulación trascendental que nos cuesta maniobrar con certeza. Tenemos vicios inconscientes que nos hacen querer y poseer instantes, vidas, objetos, personas. Pero todo es efímero, inconsistente, por más que dure una eternidad o muchos años o siglos o momentos.
Hace una semana, sumergido en una piscina, tuve una premonición fabulosa, una conjetura de que la vida es lo que queramos que sea y no lo que suponemos que es. Eso me hace pensar en el Budismo y, también, me hace pensar en los BARRILETES DE NOVIEMBRE. Hay que soltar, desapegarnos de algo que creemos –creímos– nuestro. Al final nada es nuestro en este mundo, todo es prestado. Hace un mes me corté el pelo y creo que en estos días volveré a cortármelo. El día que me lo corté, la señorita no quería cortármelo, luego le dije: “así como el dinero, el pelo va y el pelo viene”. Claro, puedo entender a la pobre; ver al semejante melenudo cavernícola queriendo hacer un cambio relevante en su vida y diciéndole aforismos sacados de lo cotidiano, pues obvio, le provocó un pasmo. Luego le dije que me hiciera lo que quisiera con el pelo, que esta vez sería el sueño de su vida de niña juguetona: sería su Barbie. Ella sonrío y de más o menos buena gana, empezó a cortármelo al mismo tiempo que yo le pedía "más, más, más corto". Al final no se animó a cortármelo mucho y me lo dejó donde lo tengo ahora, seis o siete dedos menos, bueno, ya creció la pulgada que dicen que crece en 30 días. No lo sé. La verdad no importa. Ni la mentira tampoco. Mi vida siempre ha estado sujeta a ciclos. Seguramente soy un bipolar con manías intensas. Lo bueno es que ya tengo la experiencia, me conozco la entrada y la salida a mis problemas. O creo conocerla, porque también soy necio y, siempre vuelvo al mismo lugar de partida.
Estos últimos tres años de mi vida fueron un ascenso hermoso, indudablemente todo es relativo y muchos dirán que fue un descenso hasta tocar fondo. Eso debo creer, que fue una subida y una bajada al mismo tiempo. Lo que sí sé con certeza es que fueron los momentos más bellos que he pasado hasta ahora. Por eso gracias a todos los que estuvieron pendientes, como testigos oculares o lectores de este fascinante viaje. ¡Gracias E., has sido y seguirás siendo esa musa perfecta, esa compañera alucinante, ese abrigo maravilloso que guardo en mis días más fríolentos! Pero ya no estás. Tu decidiste marcharte. Me quedé con los proyectos cocinándose desde el fututo. Y alguien me dijo hace unas semanas que el futuro está a la vuelta de la esquina o “en la galleta de la fortuna”. Por lo mismo, creo que ahora debo subir, como barrilete, empezar de nuevo con los pies sobre la tierra. Estas confesiones hacen bien para compenetrarme en lo que quiero. Mi vida ahora es una hoja en blanco, puedo hacer lo que se me ocurra con ella, aunque me da un poco de miedo y me está costando. Al final es empezar de nuevo, abrir los caminos que creímos cerrados. Levantar la cabeza. Alzar los brazos y las alas. Insisto, estas confesiones públicas me llenan de tranquilidad y sosiego, siento que quien las lee me abraza enseguida y su abrazo me cala el alma. Calma. Debo seguir contándoles lo que me pasa adentro. Esto no es un monólogo, es una conversación que tengo con quien me lee. He estado escribiendo mucho. Mi novela va en camino, eso me entusiasma. El libro de cuentos ya está terminado. La poesía la dejaremos para nuevo aviso, aunque es probable que me colme de poemas y poemas y luego los lance por una ventana para provocar una lluvia hermosa con adjetivos del pasado o el presente.
Hace una semana, dejé ir muchas cosas, fue como llover desde adentro y dejar salir las penas. Bueno, ha sido un mes de dejar ir cosas y entiéndase: CUESTA, ¡MUCHÍSIMO! Sobre todo cuando hay muchísimo amor y vidas complementarias de por medio. O a lo mejor no hay vidas complementarias, y nosotros queremos creerlo, por el apego claro. No sé. A lo que voy es que dejé ir muchas cosas hace una semana. Vi a uno de mis músicos favoritos tocar en vivo: ANDRÉS CALAMARO. Lloré. Pataleé. Salté. Reí. Lloré de nuevo. Pataleé de nuevo. Fue algo intenso y bello. AC ha estado en el soundtrack de mi vida por muchos años, su poesía inevitable y su música aguerrida, me han acompañado por los territorios más sombríos y luminosos de mi camino transitado. Escribí una nota del concierto pero no se ha publicado aún, si no se publica la postearé aquí a manera de homenaje. ¡Gracias Javier. Gracias Ana, Charly, Vicky, Luis, Michis, Rubén! Gracias por estar allí pataleando conmigo, soltando gritos y demonios. ¡Si, saltando y soltando!
Hay momentos, en que es necesario soltar para que las cosas vuelvan a su cauce y fluyan con calma y naturalidad. Si las cosas son, regresan. Eso es ley. Hay que estar en la disposición de soltar y de amar lo que está detrás de lo que se acerca. Todo es un regalo. Todo es una enorme bienvenida. Eso me recuerda a algunos de los poemas verticales de Roberto Juarroz, pero sobre todo este:
Darlo todo por perdido.
Allí comienza lo abierto.
Entonces cualquier paso
puede ser el primero.
O cualquier gesto logra
sumar todos los gestos.
Darlo todo por perdido
Dejar que se abran solas
las puertas que faltan.
O mejor:
dejar que no se abran.
So pretexto, volcaremos las puertas de la felicidad y veremos qué pasa.
¡Abróchense los cinturones, porque el viaje está que empieza!