No se escribe para cansar los músculos del corazón, ni para sangrar la tinta de los fatalismos. No se escribe para amontonar las letras en un degolladero y pretender disciplinarlas, con tortura china y ademán burgués. No se escribe para adormecer la ira y transformarla en un rincón de Paraíso; rodeado de estupefacientes, reguetón y pretenciosas fans. No se escribe para bajar la guardia, encender la mecha o fusilar la infelicidad. Se escribe en todo caso, para apaciguar por momentos la deliciosa soledad.