Sí yo tuviese ésas palabras tuyas, esas palabras que me farfullas al oído mientras la novia me muerde la punta del verso y yo sollozo sin precaución ni urgencia en la solapa de la ultratumba. Pudiese incluso ser arrogante, o elegante; quizás.
Y sí yo tuviese ésa policromía, ésa proeza cotidiana y común y acomplejadamente simple; ése andar de sexo en sexo a lo Huidobro en sus sincronías aritméticas de la vulva y el cosmos CamuSartreanamente posible. Podría, quizás; asumir esta tristeza con todas sus soledades al 2x1 de las ansiedades. Pero sí yo tuviese, uuy; sí yo tuviese.
Y en esta inevitable manera de moverme frente a vos, puta extranjera o reina auténtica, bailando Gloria Gaynor o Pet Shop Erasure Boys entre los “bares de cambio” y las blancas “muletas” de la madrugada; no me dejás otra opción que sencillamente darte las promesas más solemnes y más tristes para salvar tu risa (o la mía, incluso). Ésa risa. Ésa risa que enciende motorcitos en la esquizofrenia del instante. Plueril, sexual, inmediatamente poética o viceversa.
Pero sí yo tuviese ésas palabras, ésos fonemas sin caos ni horizonte. Lloraría con todos, en cada una de sus tristezas; lloraría por los asuntos periodísticos aún por resolver. Lloraría por la sangre. Por el humanismo. Por el calentamiento global, lloraría por la patria y sus fracasos de última índole. Lloraría por mi sangre y por la lengua que succiona –insistentemente– el clítoris de la felicidad más auténtica.
Pero sí, también. Si yo tuviese las palabras para concluir este discurso, te digo en blanco gerundio; no lo terminaría nunca. Nunca. Nunca.
Y sí yo tuviese ésa policromía, ésa proeza cotidiana y común y acomplejadamente simple; ése andar de sexo en sexo a lo Huidobro en sus sincronías aritméticas de la vulva y el cosmos CamuSartreanamente posible. Podría, quizás; asumir esta tristeza con todas sus soledades al 2x1 de las ansiedades. Pero sí yo tuviese, uuy; sí yo tuviese.
Y en esta inevitable manera de moverme frente a vos, puta extranjera o reina auténtica, bailando Gloria Gaynor o Pet Shop Erasure Boys entre los “bares de cambio” y las blancas “muletas” de la madrugada; no me dejás otra opción que sencillamente darte las promesas más solemnes y más tristes para salvar tu risa (o la mía, incluso). Ésa risa. Ésa risa que enciende motorcitos en la esquizofrenia del instante. Plueril, sexual, inmediatamente poética o viceversa.
Pero sí yo tuviese ésas palabras, ésos fonemas sin caos ni horizonte. Lloraría con todos, en cada una de sus tristezas; lloraría por los asuntos periodísticos aún por resolver. Lloraría por la sangre. Por el humanismo. Por el calentamiento global, lloraría por la patria y sus fracasos de última índole. Lloraría por mi sangre y por la lengua que succiona –insistentemente– el clítoris de la felicidad más auténtica.
Pero sí, también. Si yo tuviese las palabras para concluir este discurso, te digo en blanco gerundio; no lo terminaría nunca. Nunca. Nunca.