Jugar a lo esotérico,
sentado en los ancestrales taburetes del silencio.
Besar con la saliva intacta,
haciendo madurar la fruta mansa de la práctica.
Renunciar a la desdicha,
abatiendo los paredones de fusilamiento de la indolencia.
Doblegar los miedos,
asistir a los sepelios del olvido con la mirada de la página en blanco.
Amalgamar las asperezas,
salvaguardar los archivos huérfanos
que sueñan conjeturas en la papelera.
Despilfarrar los adjetivos,
aniquilando vicios, combatiendo quimeras;
susurrando tibias y oportunas promesas sin fondo.