Nunca imaginé que tomar el 40R en vez de tomar el 40P me fuera a cambiar inesperadamente la noche. Sucede que uno toma decisiones apresuradas, como diría Páez en aquella cancioncita melodramática espiritual cocainómana de los 80’s. Pero en este caso, la carencia circunstancial del bromóvil y la voluntad momentánea a travesía, me hizo tomar un autobus. Y no precisamente el correcto. Por lo mismo, llegué a donde no iba. A otro territorio (que al final de todas, era el mismo). Siempre otro. Siempre el mismo. Uno hace planes y no los concreta. Uno no hace planes y la vida se encarga de unir los hilos de las marionetas. Decía mi tía La Loca Efemérides, un día domingo de BossaNova sonando en los parlantes del patío color NovelaRosa: no le hagas caso a los planes, hazle caso al amor.
Allí estabas, encendiendo la propaganda de la fiesta con un lucífero e interesantísimo pantalón ultracampana. Tu silueta parecía triste. No estabas triste. Me esperabas, yo te buscaba sin buscarte. Parecías una canción del más fino Ska con acordes Raggapunk. Sonreíste, tal cual profecía de la noche. No hice otra cosa más que sucumbir ante el asombro. Me dejé llevar. Cómo se dejan llevar los pies cuando suena la catapulta del baile. Manu Chao no era más que otro pretexto para arremeter contra el olvido. Las cervezas, nos cayeron tan bien cómo nos cayeron los niños que cuidaban tu carro. La noche, en todo caso, parecía una estrategía monumental de un mercadólogo fumándose las ganas en su escritorio con vista al mar. Ah, el mar. Estrellita de mar.
Allí estabas, encendiendo la propaganda de la fiesta con un lucífero e interesantísimo pantalón ultracampana. Tu silueta parecía triste. No estabas triste. Me esperabas, yo te buscaba sin buscarte. Parecías una canción del más fino Ska con acordes Raggapunk. Sonreíste, tal cual profecía de la noche. No hice otra cosa más que sucumbir ante el asombro. Me dejé llevar. Cómo se dejan llevar los pies cuando suena la catapulta del baile. Manu Chao no era más que otro pretexto para arremeter contra el olvido. Las cervezas, nos cayeron tan bien cómo nos cayeron los niños que cuidaban tu carro. La noche, en todo caso, parecía una estrategía monumental de un mercadólogo fumándose las ganas en su escritorio con vista al mar. Ah, el mar. Estrellita de mar.