Ella tiene un arenero de palabras tristes, donde juega a hurtadillas en medio del silencio de la noche. Yo le acaricio su florifundia melena, negrísima; y titubeo en sus tibios labios mi más despeinado beso. Ella me devuelve con saliva nueva, motivos para olvidar los castillos oscuros del pasado. Yo le entrego con entero nerviosismo, mi más inédita colección de honestidades; aún no ultrajadas. Mi más fiel trova serenata, de whiskys dobles y vino tinto, le alucina. A dueto alucinamos, sin parquímetros ni monedas de cambio. Racimos de luz por la carretera. Cocaína melódica en la quijada. Tierno beso sin prisas ni olvidos.
La mañana nos sonríe, sin inestables ermitañas dudas. Desayunamos felicidades nuevas, reales asombros epidérmicos a destiempo y descubro en mi tacto, una caricia nueva con su nombre. Y el agua tibia en la regadera, me dice que su diminuto cuerpo; lleva tatuado ya mi nombre.
La mañana nos sonríe, sin inestables ermitañas dudas. Desayunamos felicidades nuevas, reales asombros epidérmicos a destiempo y descubro en mi tacto, una caricia nueva con su nombre. Y el agua tibia en la regadera, me dice que su diminuto cuerpo; lleva tatuado ya mi nombre.