La noche que morí;
un irreversible tiro de gracia,
se disparó semisomático en el horizonte.
La luna inmóvil, toda precisa;
empezó a llorar de rabia
tersas estrellas funerarias, tercas todas.
La tierra empezó a abrirse,
tal cual vagina ciega y ácida, loca;
salió del infierno, ágil toda mi desdicha.
Un árbol lloró largos y diabólicos sonetos.
El horizonte se tornó absurdo y gris metálico.
Mi ataúd, se fue haciendo de ruidos entre el silencio.
La noche volvió a ser noche,
la luna volvió a ser luna, completa toda;
y yo volví a fumar en el sereno, mis más olvidadizos recuerdos.