Estás cerca, cerquísima; sin absolutas distancias rondando el pasatiempo de mis incertidumbres fijas, paradójicas, inevitables. Y yo te veo allí, certera, inexplicablemente inquieta jugando con las manos, buscando ritmos pretéritos en tu bolsita intercambiable color marrón rosa, palpándote los muslos sobre tu azul celeste pantalón de elocuencias sensualidades. Permanecés allí, total, inexactamente exacta en todas tus latitudes; cómo un maravillado péndulo perfecto en éxtasis pero la arbitrariedad del cosmos manda, intuitivamente a distancia o cercanía. Todo el tiempo. Entonces guardo mi milenaria armazón de dedos sobre tus dedos. Mi extensa pirotecnia de caricias punk sobre tus caderas magistrales y sinfónicas musicales. Absolutas. Tremendas.
Sacás del pintalabios, canciones de moda. Certeros símbolos, tropiezan en las vitrinas de diseño.
Y tus ecuaciones verbales me intuyen que estás lejos, efímeramente cerca. Policromando el universo y abstrayéndote de los impulsos reales o ficticios de la noche. Quedándote fuera una y otra vez consecutivamente sola, sola en soledad, completita soledad; sola. Masoquismo de fantasmas inmediatos, astral toda vos en tu belleza insólita y epidérmica que desconozco, milenaria exótica. Todita cosa, todita vos. Total vertical cuerpo con sabores imaginarios, vertical cintura, vertical maraña de ombligos y poros inevitables. Vertical melena. Corte incesante de puntas. Nicotina rota. Vino blanco disperso.
Entonces mis moléculas de cotidianos pasos y abrazos fonéticos y cementerias dudas, persiguen las huellas de tu inexplorable seminocturna alegría; de tu funk impreciso a destiempo, de tus semidiurnas felicidades irrevocables. Y arítmico voy, inagotable. Pero desde allí te hablo; cómo un insomne y falaz –quizás– personaje más de tus más íntimas alegrías, de asiento a asiento, de gris a gris honestidad del cielo sin equivalentes. De banco a banco sobre una barra infinita de madero. De soledad a soledad, juntándonos. Bello souvenir de hora en hora, y sobre todo en rush hour. A quemarropas felicidades. Aniquilás todos mis fantasmas.
Me penetran tus horarios fijos. Me mimetizo en tu día a día. Felicidad en tus ojos. Brilla una muñeca hawaiana. Nonstop. La música no va lento.
Sacás del pintalabios, canciones de moda. Certeros símbolos, tropiezan en las vitrinas de diseño.
Y tus ecuaciones verbales me intuyen que estás lejos, efímeramente cerca. Policromando el universo y abstrayéndote de los impulsos reales o ficticios de la noche. Quedándote fuera una y otra vez consecutivamente sola, sola en soledad, completita soledad; sola. Masoquismo de fantasmas inmediatos, astral toda vos en tu belleza insólita y epidérmica que desconozco, milenaria exótica. Todita cosa, todita vos. Total vertical cuerpo con sabores imaginarios, vertical cintura, vertical maraña de ombligos y poros inevitables. Vertical melena. Corte incesante de puntas. Nicotina rota. Vino blanco disperso.
Entonces mis moléculas de cotidianos pasos y abrazos fonéticos y cementerias dudas, persiguen las huellas de tu inexplorable seminocturna alegría; de tu funk impreciso a destiempo, de tus semidiurnas felicidades irrevocables. Y arítmico voy, inagotable. Pero desde allí te hablo; cómo un insomne y falaz –quizás– personaje más de tus más íntimas alegrías, de asiento a asiento, de gris a gris honestidad del cielo sin equivalentes. De banco a banco sobre una barra infinita de madero. De soledad a soledad, juntándonos. Bello souvenir de hora en hora, y sobre todo en rush hour. A quemarropas felicidades. Aniquilás todos mis fantasmas.
Me penetran tus horarios fijos. Me mimetizo en tu día a día. Felicidad en tus ojos. Brilla una muñeca hawaiana. Nonstop. La música no va lento.