lunes, 26 de septiembre de 2005

La Leyenda de Juan Corazón Volador

¿dime dónde estás? ¿dime dónde vas? ¿dime lo que ves?
ley de gravedad, ley de gravedad, ley de la gravedad
no necesito tener alas pa' volar
si el viento gira y la veleta sigue igual

Ojos De Brujo



Había esperado tanto sin realmente esperar. Tanto que hasta los huesos habían hecho raíz junto a la Cordillera Sur que daba a la costa. Pero ese día, por la mañana; un olor intenso a maderos, sal y viñedos le llegó imprevistamente con el viento liviano del Norte, y no hizo otra cosa más que decidir marcharse. Dejarlo todo, de una vez. Ir detrás de lo que alguna vez fue, su gran amor. Correr, correr, correr.

Empacó sus cosas, que en realidad eran pocas, todas dentro del blue backpack. Una brújula color verde, un cuadernito con dedicatoria, una navaja que alguna vez fue regalo, una foto del amor de su vida dentro de una edición limitada del I Ching, un anillo de compromiso en el bolsillo izquierdo del jacket, un iPod con canciones específicas para un día cualquiera de primavera, los headphones, la digital; un poema de Juan Gelman impreso en papel de café y hojas del bosque, dos pendientes de plata con Semillas del Fin del Mundo incrustadas para regalar, seis libros personales publicados en una editorial subversiva y underground, dos pantalones, tres camisas, cuatro tshirts con serigrafía propia, el pasaporte muy marcado y un catálogo de sonrisas por regalar. Todo lo enfundó dentro y salió de la Pensión San Cristóforo lo más antes posible, para llegar a su destino cuanto antes.


Dejando las huellas de sus botas sobre el parquet de la pensión, dio los primeros pasos mientras silbaba un tanguito de Expósito y observaba intensamente el cielo azul naranja de la mañana. Encendió un cigarrillo, no volteó la mirada. Nada lo detenía ahora, eran las once de la mañana y la vida, se la había pasado entre planes intermedios de riesgo y soledad, lecturas y mesas redondas de literatura contemporánea, bares y cocinas de restaurantes marchitos, camas de hostal y duchas ajenas; en fin, paseando por el mundo sin las completas ganas de pasear. Entonces, inquirió en las nubes, se puso el blue backpack en la espalda y se largó susurrándole al viento un párrafo del penúltimo capítulo de su última novela publicada. El viento, le aceleró el paso. La brisa, los aromas, le fueron precisos para caminar. Para dar los pasos, y volver.

Las últimas palabras que la señora de la Pensión San Cristóforo escuchó salir de sus labios fueron simples, profetizantes, certeras con el viento Norte de la mañana. Sencillamente fueron dos, ‘me voy’. Y así, se fue.


Después de unos meses cruzó la frontera, luego otra frontera y así, otra frontera. Aceleró el paso. Luego permaneció por dos días en un país cualquiera de paso; y así, se fue haciendo de fuerzas y fuerzas hasta llegar a la última estación, el último tramo del viaje. No pensaba más que en ella, digamos; no pensaba más que en los dos. En los dos juntando sus más íntimas soledades y muchedumbres. Y aunque el recuerdo, que es árbol y es machete; no importaba ahora. Ya que él volvía del omnipresente ayer para enfrentarse con el omnipresente hoy. Al final, después de todo, siempre se vuelve al verdadero amor. Y así, entre sellos y trámites y una que otra plática de autobús, fue llegando a los paisajes más íntimos de la intensidad total. Al cabo de un mes, llegó a su última estación. En ésta, sonrío, pleno. Sólo faltaban unos días más, era el último tren.

Y mientras estaba a pocos pasos de lograr su objetivo, un día miércoles; se topó con dos tipos que subieron al autobús y sentenciaron a todos los viajeros pidiéndoles toditas sus pertenencias. ‘¿Y qué te doy? ¿Qué te puedo dar yo si nada tengo? Mirá… mi corazón está en otro lugar… ¿Qué te puedo dar? –cuestionó Juan a uno de los dos tipos. Y así, mientras el otro despojaba a los demás viajantes; éste último ladrón de aduanas lo ultimó con dos balas de la 22. Calibre certero, simétrico, vaya calibre pues. La primera, le hizo un tremendo agujero en el área del pecho. La segunda, inexplicablemente, fue a dar al mismo preciso lugar.

Lo curioso de todo, según los titulares del diario, es que en la autopsia efectuada por Pedrito Pilates en la Morgue Segunda San Pedro Bernabé; fue que no se pudo determinar la causa de la muerte. Ya que el agujero en el pecho, donde el plomo fue a dar, no contenía rastros ni restos de corazón. Ya luego, en el informe mortuorio se determinó: 'CAUSA DESCONOCIDA. Penetración de dos balas en el área pectoral. Supuesto paro cardíaco. ACLARACIÓN: No se encontró rastro de herida mortuoria ni rastros del corazón. Aún continúa en proceso de investigación judicial'



Supongo irreductiblemente, por medio de la leyenda popular, que es una de esas historias que van de la mano con los asuntos del corazón, literalmente. Entiéndase bien, 'qué calibre de amor'. Y esto lo digo, ya que alguna vez Doña Marta 'La Lechucita' –a quien conocí bajo los efectos de un extraño brebaje en una cantinita una noche de Día de Difuntos– me confirió la historia con lujo de detalles, anécdotas y otras tantas interpretaciones. Y de su último comentario, al respecto de ¿dónde pudo haber ido a parar el corazón de Juan Corazón Volador?, cito fielmente las palabras de Doña Marta:

‘Fíjese que en el amor, hay dos maneras de salvarse pues… una es estando con la persona amada… y la otra es también estando con la persona amada… pero entiéndame bien señor lo que le quiero decir, entiéndame bien… y es que cuando se está enamorado del gran amor, o se está junto a la persona amada en vida… o sino el corazón que ya le pertenece a la persona amada vuela lejos muy lejos sino puede estar plenamente con esa persona… ya sea que esté bien viva, o esté bien muertecita… ¿me entiende?... por eso a Juan Volador el corazón se le fue volando pues… para irse a vivir junto al corazón de la mujer… ahora, él vuela alrededor de todos los enamorados imposibles que no pueden tener a su amor cerquita… ya ve pues como es todo eso del corazón...’