sábado, 6 de mayo de 2017

BOLAÑO Y CÉLINE



Una noche estaba
con una mujer hermosa
que me dio luz y magia.
También estaba
mi mejor amigo,
un escritor punk-zen
y muy respetado
en el barrio
de la literatura
contemporánea.

Bebíamos vino
en una plaza sagrada y fríolenta.
Eran las tres de la madrugada
y no nos importaba el mundo.

Lo único que nos importaba a los tres
era el amor exasperado,
la ternura y la poesía.

También nos importaban
los perros románticos de Bolaño
y una que otra canción de Joy Division o The National.


Esa madrugada incendiamos la melancolía.
Hicimos poesía al borde de una plaza
que no era nuestra. O tal vez sí.

Pero hay momentos de felicidad
que uno recuerda como ajenos,
como tibios cachorritos dulces.


Fue un viaje al fin de la noche,
una especie de trance ecléctico
con The Smiths y Cerati de fondo.

Bebimos vino, incendiamos estrellas
y nos vimos de frente a los ojos,
honestamente y sin miedos. Sin prisas ni rencor.


Después de todo puedo decir
que lo que sé de Bolaño y Céline
fue ese momento mágico.

Él ya vestía canas en la cabeza.
Ella vestía leggings
sobre esas piernas que nunca olvido.


Recuerdo eso.
No los libros que leí.
No los besos que guardé.

Todo lo demás es un naufragio.