lunes, 15 de mayo de 2017

BOB DYLAN, la felicidad y una bicicleta

I saw a newborn baby with wild wolves all around it.
Bob Dylan




Venía yo en bici rumbo al quince, justo después de salir del trabajo. Venía disfrutando de los últimos rayos de luz del día, de la frescura que deja una lluvia a media tarde y de la música sagrada de Bob Dylan.

Venía feliz, pues, hasta que un maje se tiró a propósito y a contravía en plena Ruta 3 de Z4, donde supuestamente son prioridad los ciclistas -al menos eso dicen los letreritos en cada esquina y en las pinturas azules que están sobre el asfalto-. Me hizo luces como diciéndome quitáte que te paso el carro encima. Le hice luces de regreso como diciéndole vas en contra de vía, mi bróder, bajále a lo agresivo.

Para resumir, seguí mi camino hasta que quedamos frente a frente: el maje en su Cayenne blanca y yo en mi Bicibirula verde. Todo fue muy rápido.

Pues nada, me hice a un lado sin objetar ni un comentario o una seña a pesar de la impotencia. Nada, solo me hice a un lado, ¿qué otra cosa más podía hacer? Era él con su prisa y prepotencia malsana VERSUS yo con mi antojo de disfrutar las últimas horas del lunes y llegar a casa a ver el cielo rosado con sus volcanes grises y brumosos.

Entonces el maje sacó su cabeza por la ventana y, estoy seguro que me gritó muchas cosas que no alcancé a escuchar porque, como les digo, venía escuchando A hard rain's a-gonna fall de Dylan y la tarde se me hacía muy hermosa para amargarse por tan poco.

Seguí mi camino. Cantando. Feliz.

Luego, dos cuadras más arriba el maje volvió a aparecer y no hice otra cosa más que adentrarme en el regocijo de la música. Paró el carro. Paré la bici. Nos vimos a los ojos y el maje pareció reconocerme. De inmediato lo recordé de un restaurante y asumí que era amigo de un amigo cocinero. Lo único que me salió fue una risa espontánea y, sin intercambiar palabras, el maje no hizo otra cosa más que rechinar las llantas de su carro y largarse. Yo me ajusté el casco, los audífonos, y también seguí mi camino pero sin rechinar los dientes ni las llantas. Obvio, en una bicicleta no podés rechinar las llantas, y si así fuera, no lo hubiera hecho porque me sentía muy tranquilo y feliz -ahora escuchando I want you del mítico Blonde on Blonde, y para serles sincero, este disco me gusta mucho-.


Agradecí a la música, al trabajo, a que hay cosas que hacés durante el día que te llenan de buena vibra y no de rabia. Pero pensé, y en esto soy muy honesto -aunque solo es una hipótesis-, en que si hubiese venido escuchando 50 Cent, Drake o Placebo tal vez la historia podría haber sido distinta.


Ya a media cuadra del quince pensé en esos majes que son capaces de acelerar con tal de obtener lo que quieren en la vida, sin importar hacer pedazos la vida de más gente.

Pensé en Brenda Domínguez, la estudiante atropellada por Jabes Meda, el chico que no pensó ni por un segundo que tenía enfrente a 13 vidas con un futuro por delante.

Pensé en Guatemala, en Luis de Lión y en todos los familiares de los miles de desaparecidos. Pensé en muchas cosas.

También pensé en la sonrisa de la chica que me gusta y en que mañana martes me gustaría ir a dar una vuelta al centro. Por la noche. A tomar un par de cervezas oscuras con ella.

Por último pensé en Bob Dylan.

¿Qué será de Bob Dylan?