miércoles, 5 de octubre de 2016

ASÍ, la noche pensando en Bolaño



Yo también perdí un país
como lo perdió Bolaño.
Este país del diario a diario.

Poco a poco
me consumí hasta la médula.
Bailé punk con los punks más punks.
Hablé de Nietzsche hasta deshoras con los más inquietos.
Bailé tantísimo en los baños y en los antros
más oscuros de esta patria oscura e incierta
que ahora me parece lejana e indolente.

Prometí cosas que nunca cumplí.
Fui un gran mentiroso, egoísta y obstinado.
Bailé house con los que edificaron este país al filo de las ruinas.


El mismo país,
que me hice con mis manos a deshoras,
me mandó a una puerta sigilosa.
¿La abres?, me dijo sin decirlo.


La abrí,
y todas las luces iluminaron el pasmo.
Todos los demonios se desintegraron
uno a uno como en un viaje en lisérgico, lento y poderoso.
Uno a uno fueron incendiándose los cielos sicodélicos del país que amaba/odiaba
como en una canción de Tame Impala, War on Drugs o Animal Collective.

No lo sé del todo cierto,
pero sé que fue algo honesto, tierno y sublime.


Un día lunes me encontré
con la sorpresa de sentirme vivo.
Estaba en un restaurante italiano.
Comía postre y saboreaba una cerveza belga oscura.
Pensé tanto en los monjes trapistas,
pensé en Bolaño, pensé en los perros románticos.
Pensé en muchas cosas.

Y aquí estoy,
semanas después,
volviendo a pensar en Bolaño
como un péndulo sin ansias ni tristeza.


Las caderas de la vida me exigen ternura y ruptura.
Romper con este país insomne, trémulo, desquiciado y cotidiano.
Este país que uno se hace de a poquitos.
Este lugar sagrado que uno hace sagrado.


"No detengas tu camino",
me dijo un libro de Auster que abrí hace poco.
Todo lo que no hagas por miedo
serán fantasías cautas, solo tibios adioses y no definitivos.

Mejor dejarlo todo.
Darlo todo por perdido y empezar de nuevo.
Olvidar el país con sus bondades, ritos y bellezas.

Eso hice.

O tal vez,
venía haciéndolo
desde hace mucho tiempo
sin darme cuenta de la magia del paisaje y sus sorpresas.


Ese paisaje
que uno olvida
y que ilumina el rostro,
da calor a los rinconcitos más recónditos,
esos que uno quiere broncearse largo y tendido en el ansiado trópico.