sábado, 29 de agosto de 2009

De las palabras que usamos, y todo lo demás también...

para Alan Mills









hay palabras que pronunciamos a diario.
la vida nos sorprendió volando barriletes o haciendo origami
tan solo para pasar el tiempo y conectar aposteriori a culitos depresivos
pero llenos de carne, la carne fue nuestra debilidad, oh qué rica carne.

los tentáculos de la felicidad
están inmersos en una canción de cuna que no termina nunca
y la vida es dura, si, ya lo dijo Teillier en un verso maravilloso:
"sentir duele, vivir cansa, pensar destruye."
destruimos lo imposible
y sin más remedio alguno, nos fuimos poniendo menos,
con esas divas circunstanciales que más parecían rudas viejas,
viejos los discursos que nunca encallaron en el muelle correcto
la felicidad es ciega,
pero te hace el sexo oral
de una manera fantástica, casi idílica y astral,
se te mueve el mundo y el suelo y el glande a grandes rasgos.


el amor está inflado, manchado en tinta vieja,
viejos son los que creen que el amor no nos salvará.
salvo el miedo que insano deformó los papelitos tenues
donde anotábamos los pasos de baile
para sonreír después de un insulto
o una frase miserable de ésas que a veces alguien nos dice, maldice.


la palabra se les quedó corta a los noctámbulos del encierro.
la palabra la escribimos cuando el amanecer
era profundo y los salvajismos eran miopías desdeñables
que no dejaban ver la grandeza
de lo grandes que fuimos sin darnos cuenta, alguna vez.
vez, fue, cuando teníamos diezmil palabras en la punta de la lengua,
lengua somos porque ahorita, precisamente ahorita,
tenemos cienmil palabras para jugar con el clítoris del cosmos.


el universo me da miedo, prefiero ser pequeño,
casi equivalente a una hormiga roja, tecnicolor,
que se pasea por el suelo de la casaca, casa, sin mayor pretensión
ni olvido, ni odios, ni resentimientos, ni lamentos, nada nada.
la nada la discutimos hace ya varios años,
mientras nuestras madres pensaban
uy dios, y se va a dedicar a escribir el nene... alagranputa.

piocha y verga tengo y soy destino de mis abandonos,
mulato pero indio, bien indio, pero agradable y domesticado
a la fuerza, fuerza que somos en cualquier momento.


ahí estuve, estuvimos juntos,
desafiando al cosmos y pronosticando no se qué cosas.
Javier mencionó alguna vez que escribir era morir sin darse cuenta,
yo me doy cuenta de los hallazgos que hizo el Occidente
y la mera neta, la mera verdad,
me vale mil millones de vergas erectas
haciendo ruido en el vacío inmediato de lo etéreo.

Apollinaire lloró algún día, Baudelaire se cagó de la risa
sintiendo ira abrupta, desdén malicioso, aire, aire,
en Kafka pensé cuando te tenía enfrente.
casi lloramos juntos ese día, luego vino el asombro. luego el vino y el vino y más vino.


lloraremos después, si, todos lloraremos.
pero de ésas palabras que pronunciamos a diario
tengo tan presente que algunas siempre si,
se nos quedan flojas, como elásticos usados.
como oberoles tristes llorando nauseas ajenas
al final del día y la música se detuvo, por un azar maldito.


un azar que nos puso frente a frente,
y en la trinchera más fortuita, desenfundamos las palabras.
y las palabras fueron machetes sensibles pero con filo de infierno.

un infierno tan celestial, como debe de ser,
ahora que todo es tan fashionista, postpostpost in, digo tan globalizado.