jueves, 22 de enero de 2009

Realismo Sucio, Sexo Mágico

Anoche, tuve un conversatorio en el Centro Cultural de España junto a dos compadres: Luis Alejos y Juan Pablo Dardón. El conversatorio giraba alrededor de la literatura shuca, anglosajona y latinoamericana, con matices de literatura actual guatemalteca; y se titulaba por su referente inmediato: "Realismo Sucio, Sexo Mágico".

Entre los autores que abordamos, se encontraban: el mismísimo Charles Bukowski, Raymond Carver, Henry Miller, J.D Salinger, Bill Burroughs, Jack Kerouac, Estuardo Prado, Javier Payeras, Maurice Echeverría, Carmen Matute y otros tantos más; tan sólo para llegar a conclusiones shucas entre un público tímido y un poco asustado por el tema. Al final, conversamos alrededor de una hora y nos escapamos volando hacia zona 1 a la lectura de poesía y presentación del proyecto editorial La Santa Muerte Cartonera en Guatebala.

La noche estuvo fina. Llena de cerveza, poesía, cumbia y sexo.


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Les comparto un relato que escribí, precisamente para dicha actividad.


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Un día estarás tumbado, allí en un delicioso trance (Jack Kerouac)




El reggae-ringtone de su celular, impidió que acabara en su boca. Maldito Bob Marley, pensé, mientras le alcanzaba un kleenex para que se limpiara los restos de semen que aún le caían sobre su barbilla de muñeca barbie. Se limpió de inmediato, sin decir palabra alguna; y lo primero que hice fue encender un cigarro y recostarme a ver su vagina rasurada.

Alicia también encendió un cigarro y nos pusimos a ver los espejos del cuarto barato del motel. La luz de la lámpara amarilla, caía sobre las sabanitas rosa. Ásperas. Sucias, bastante sucias. En la punta de los dedos, sentía el frío de la noche. Y en la punta de la pija, los restos de su saliva aún tibia, mezclándose con ése olor a cloro de mala marca. En el espejo de enfrente, el humo de mi cigarro se desdibujaba frente a mi silueta; y yo, asesinaba el cigarro con furia mientras pensaba en el cansancio y en la frustración de la eyaculación precoz. Tengo que hacer ejercicio este año, pensé; ésta panza de bolo me está haciendo mierda. Ya no soy el Chinaski que solía ser. Maldito viejo hijueputa. Se las cogía a todas y encima era viejo, bolo, bien feo; y sin pisto. Cualquiera que lo escuchara en un cátedra de Literatura Anglosajona o en un conversatorio sobre Realismo Sucio, pensaría que el viejo andaba cruzado de tragos y que seguramente se iba a morir del hígado, la uretra o el corazón al momento de ir al baño (y para colmo, el hijueputa allí metido con una putita intelectual de ésas que van a los conversatorios con botitas, falda y libro de Kundera o Miller bajo del brazo). Maldito Bob Marley y maldito Bukowski, me dije mientras le alcanzaba a Alicia el cenicero para que apagara su chenca.

Yo encendí otro y me puse a examinar el cuarto barato del motel.

El tapiz de florecitas, más retro que Pimpinela. Los espejos, más viejos que Fidel Castro. Las toallas, más cloradas que las piscinas del Automariscos y en el piso, las botas de marca de Alicia, mis calzoncillos viejos, su blusa amarilla y su morralito de Momostenango abierto cómo quien buscó condones (o el maldito celular) y no encontró nada (excepto el maldito celular). Al lado de la cama, un basurero barato y el intercomunicador enganchado a una cadena negra, más negra que El Libro Negro de Estuardo Prado. La tele, también enganchada a otra cadena y en la habitación de al lado, un ruido maldito de cogedera y cogedera.

–Le están dando duro a ésa puta, me dijo Alicia –yo claramente entendí su sarcasmo. Cínica maldita, pensé mientras apagaba el rojo y tarareaba en mi cabeza aquella rola de Outkast (you crazy bitch, crazy bitch, crazy bitch).
–¿Será que es puta, una su amiga o sólo es un su conecte?, le pregunté.
–A lo mejor las tres, me respondió –había entendido mi cinismo. Maldita perra. Pero al final valía la cena y los vinitos. Una cuata es una cuata y sí sale algo cada vez que nos veamos, pues bien.


Al cabo de un rato, empecé a sentir cómo se me endurecía de nuevo la piocha y me alisté a horadar la tierra prometida. De nada sirvió el intento porque Alicia, ya estaba dormida; más dormida que el corazón de un muerto. Y yo, con el corazón en la punta del machete dispuesto a recortar la milpa.


Entonces encendí un rojo, me rasqué la cabeza y me puse a buscar en su morralito de Momostenango un libro, un folleto, algo. Por suerte encontré un libro de cuentos de Raymond Carver y me recosté en la sabanitas rosa a colorarme las ganas. Leí por dos horas y antes de dormir me masturbé pensando en Susan, la amante de Carver en un su cuento.


De repente sentí, en el sueño, que Alicia me despertaba y me violaba cómo en aquella escena de Factotum de Chinaski. No sé si sea suerte, pero la violación ocurría en el sueño y los de la habitación de al lado, ya descansaban de su maratónica sesión amorosa.


La mañana llegó y cogimos dos veces, una en la cama y otra en la ducha. Luego pasamos a un McDonalds y pedimos dos desayunos completos.

Ésa tarde, recuerdo, fui a un concierto de punk y conocí a Vanessa; una pelirroja tatuada con quien vivo desde hace dos meses y medio.