and if i can't have everything, well then just give me a taste... (Trent Reznor)
Me senté a escribir con la pantalla en blanco y la perturbación insolente dándome vueltas en la cabeza, en los pantalones y en la espalda; pensando que quería escribir algo sagrado. Bueno, todo es sagrado. ¿Sagrado qué? ¿Sagrado para quién? ¿Sagrado cuándo? ¿Sagrado cuánto? Orson Wells dijo alguna vez que lo más pisado es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude. En este caso, la laptop; que gradualmente susurra el piano de McCoy Tyner y el tenor de John Coltrane en My Favorite Things minuciosamente, cómo un taladro espeso y tóxico que barrena el vacío místicamente. Y sagradamente, por supuesto.
Al final me senté a escribir, así, a secas. Pensando en las cantidades generosas de alcohol y otras sustancias que me he dosificado últimamente y, al cabo de un minuto, ya estaba en el minibar buscando un Whisky, un Vodka o un miserable trago de culito cómo una Mentha, o un Baileys. Entre búsqueda y búsqueda me topé con media botella de tinto y decidí abrirla, me serví un vaso, lo sentí sagrado. Luego en el pasillo, con la botella y el vaso en mano, de regreso a la página en blanco, pensé en Burroughs y Bukowski. ¡¿Por qué cuando que uno ingiere algo de alcohol y se dispone a escribir, cómo en un ritual sagrado, siempre piensa en ése dúo dinámico?! ¡¡O en otros locos, borrachos, drogos, enfermos!! ¿Por qué uno no piensa en Márquez o Sábato, o incluso en Millás o Bolaño? Anyway, me decidí encender un rojo y con la tendencia circunstancial ya armada, aún incrédulo, decidí empezar a balbucear palabras sobre las teclas de la Compaq. Nada. Absolutamente nada. El cursor sagrado, palpitando soeces sístoles y diástoles sobre la blanca y anémica profundiad de la página. Puro píxel, puro abismo, nada concreto. Nada. Absolutamente nada.
Al cabo de un rato de intentos fallidos me desesperé y decidí servirme más vino, me lo bebí de un sorbo. Encendí otro cigarro, vi las llamadas perdidas, pensé en la calle y para resumir; terminé saliendo a buscar un taxi para ir a un bar y ponerme cómo tantas otras veces: Medio bolo, ansioso, sentado en la barra, malhumorado, fumando cómo fogata húmeda, chingando al bartender para pedirle las mismas rolas de siempre (Radiohead, The Cure, Los Tres) y tratando de ver el escote de alguna de las diesochoañeras de la mesa de al lado. Al final de todo, una de ellas, la más guapa pero lamentablemente la más estúpida, se acercó a hablarme y entre flirteo ingenuo nos pusimos a conversar de música y libros. La guapa niña, no tenía la más mínima idea que existe una banda llamada Nain Inch Nails, un lugar sagrado al que los Mayas llamaban Xibalbá o que El Principito, está inspirado cómo tantas otras cosas sublimes (¿sagradas?) del libro, en el Lago de Atitlán. So, para evitar a la tonta, decidí encender un cigarro tras otro y ponerle más atención a la rola de Babasónicos que sonaba en las bocinas del bar.
Al cabo de un rato me desesperé y me fui directo al baño para escapar del absurdo sondeo de la güira. Abrí la puerta, entré y la cerré con llave. Cuando estaba por bajarme el ziper para orinar, escucho un tremendo portazo en la puerta y ¡¡¡Zas!!! Suena el teléfono de la mesita de noche.
Un timbrazo, dos timbrazos. Puta, ¡¿Quién será a esta hora?!, me pregunto. Seguramente mi nena, que es doctora y ahora recuerdo está de turno. Me despabilo y hago a un lado la Compaq. El vaso de vino se desploma y cae sobre la sábana blanca. La sagrada y roja sangre del amor, pienso mientras corro a contestar el teléfono. "Jelou guapa", digo yo. "Jelou my love", dice ella. Hablamos unos diez minutos y me cuenta que en un rato tiene que subir al tercer piso del Hospital, al piso de Emergencias, porque tiene que ayudar a una amiga que también está de turno. Le cuento que derramé el vino porque estoy escribiendo, pero que nada funciona y que estoy aburrido escuchando Jazz. Le cuento de la barra, de las diesiochoañeras y de NIN (es su banda favorita). "Ésas tus chavas tan tontas", me dice un poco celosa de las güiras y se disculpa por interrumpir mientras estaba escribiendo. Luego me cuenta de inyecciones, mujeres en parto y carritos con pachas por los pasillos del Hospital. Yo pienso en los recién nacidos, ¡¡uff, qué dicha!! Los doctores siempre me han parecido ángeles terrestres, ángeles sagaces con sus blancas batas tratando de salvar al mundo. Ángeles inteligentísimos orientando a la plebe en sus necesidades más urgentes. Una versión de superhéroes SAGRADOS haciendo lo que mejor saben hacer: Ser plenamente humanos, ¡pero sagrados!
Luego de hablar un rato, hacemos planes para el fin de semana y nos despedimos con sendos besos y las buenas noches. "Noches my love", digo yo. "Noches guapo", dice ella. Cuelgo el auricular. Busco un cigarro y camino hacia la cocina a buscar un trapo para limpiar el vino. En el camino hacia la cocina, pienso que fué preciso que me haya interrumpido en mi escapada al baño para huir de la güira diesochoañera; ya que al final la ficción que estaba escribiendo, no iba a zarpar hacia ninguna parte. Seguramente uno de los tantos naufragios literarios que tengo a la deriva, derivados de la ficción imprescindible. Luego entre mis pensamientos se me cruza Stranger Than Fiction, una película de Marc Forster, director de Finding Neverland. Se las recomiendo plenamente, ¡uff, pieza voraz de ése nuevo cine gringo! Chequen el link.
Al cabo de un rato, ya con la sábana limpia y las ganas de escribir algo más, decido poner a hibernar la Compaq y terminar la lectura de un librito de Kundera que me tiene entusiasmado. Luego de la lectura, reinicio Windows y abro el Explorer, me voy directo a Blogger y publico éste post mientras pienso que este post tenía que salir anecdótico, tipo crónica de Javier Payeras en el Siglo XXI. Una crónica breve, evidente, serena y sin repellos barrocos en las puntas de la agonía. Pero resulta que el post me salió de goma y muy ocioso, ¡el cabrón! Es que a veces, cuando uno trata y trata de podar la inevitable plétora de sucesos, siempre se les escapan a uno (y de mala manera) fechas torpes, datos innecesarios, nombres indecisos, verbos prescindibles, pronombres incautos, conjunciones vacilantes, interjecciones anómalas, yuxtaposiciones reiterantes, en fin; tanta mierda inconsecuente que no lo hace funcionar bien al susodicho post.
"Lo que pasa, decía un amigo, es que a uno se le hincha de tanta info la jeta... y después no sabés que hacer con tanto frijol en el canasto del maíz..."
Tenés toda la razón mi estimado, toda la razón.
Yo en lo personal, admiro a los crónicos por naturaleza. Esos periodistas sensitivos que capturan la noticia y la convierten en sorpresa narrativa, en fluidez voraz, en elegancia literaria. Ésos Capote por excelencia, que descuartizan la circunstancia y la transforman en belleza. Ésos Thompson que penetran continuamente la historia, hasta configurarla en suceso irreverente y personal. Ésos tipos sensibles, que con humor semántico y vehemencia gramatical, saben hacer de las suyas incluyéndonos en el drama situacional hasta provocarnos lágrimas espesas, carcajadas toscas, escalofríos densos, corazonadas sudoríparas, odios intensos. Ésos tipos sensibles, que saben diseccionar los abecedarios del corazón; y llegan hasta el nervio más recóndito con sus pinzas escriturales y sus escalpelos fantásticos.
¡¿Sagrados?!
¡Sí!, seguramente sagrados.
Me senté a escribir con la pantalla en blanco y la perturbación insolente dándome vueltas en la cabeza, en los pantalones y en la espalda; pensando que quería escribir algo sagrado. Bueno, todo es sagrado. ¿Sagrado qué? ¿Sagrado para quién? ¿Sagrado cuándo? ¿Sagrado cuánto? Orson Wells dijo alguna vez que lo más pisado es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude. En este caso, la laptop; que gradualmente susurra el piano de McCoy Tyner y el tenor de John Coltrane en My Favorite Things minuciosamente, cómo un taladro espeso y tóxico que barrena el vacío místicamente. Y sagradamente, por supuesto.
Al final me senté a escribir, así, a secas. Pensando en las cantidades generosas de alcohol y otras sustancias que me he dosificado últimamente y, al cabo de un minuto, ya estaba en el minibar buscando un Whisky, un Vodka o un miserable trago de culito cómo una Mentha, o un Baileys. Entre búsqueda y búsqueda me topé con media botella de tinto y decidí abrirla, me serví un vaso, lo sentí sagrado. Luego en el pasillo, con la botella y el vaso en mano, de regreso a la página en blanco, pensé en Burroughs y Bukowski. ¡¿Por qué cuando que uno ingiere algo de alcohol y se dispone a escribir, cómo en un ritual sagrado, siempre piensa en ése dúo dinámico?! ¡¡O en otros locos, borrachos, drogos, enfermos!! ¿Por qué uno no piensa en Márquez o Sábato, o incluso en Millás o Bolaño? Anyway, me decidí encender un rojo y con la tendencia circunstancial ya armada, aún incrédulo, decidí empezar a balbucear palabras sobre las teclas de la Compaq. Nada. Absolutamente nada. El cursor sagrado, palpitando soeces sístoles y diástoles sobre la blanca y anémica profundiad de la página. Puro píxel, puro abismo, nada concreto. Nada. Absolutamente nada.
Al cabo de un rato de intentos fallidos me desesperé y decidí servirme más vino, me lo bebí de un sorbo. Encendí otro cigarro, vi las llamadas perdidas, pensé en la calle y para resumir; terminé saliendo a buscar un taxi para ir a un bar y ponerme cómo tantas otras veces: Medio bolo, ansioso, sentado en la barra, malhumorado, fumando cómo fogata húmeda, chingando al bartender para pedirle las mismas rolas de siempre (Radiohead, The Cure, Los Tres) y tratando de ver el escote de alguna de las diesochoañeras de la mesa de al lado. Al final de todo, una de ellas, la más guapa pero lamentablemente la más estúpida, se acercó a hablarme y entre flirteo ingenuo nos pusimos a conversar de música y libros. La guapa niña, no tenía la más mínima idea que existe una banda llamada Nain Inch Nails, un lugar sagrado al que los Mayas llamaban Xibalbá o que El Principito, está inspirado cómo tantas otras cosas sublimes (¿sagradas?) del libro, en el Lago de Atitlán. So, para evitar a la tonta, decidí encender un cigarro tras otro y ponerle más atención a la rola de Babasónicos que sonaba en las bocinas del bar.
Al cabo de un rato me desesperé y me fui directo al baño para escapar del absurdo sondeo de la güira. Abrí la puerta, entré y la cerré con llave. Cuando estaba por bajarme el ziper para orinar, escucho un tremendo portazo en la puerta y ¡¡¡Zas!!! Suena el teléfono de la mesita de noche.
Un timbrazo, dos timbrazos. Puta, ¡¿Quién será a esta hora?!, me pregunto. Seguramente mi nena, que es doctora y ahora recuerdo está de turno. Me despabilo y hago a un lado la Compaq. El vaso de vino se desploma y cae sobre la sábana blanca. La sagrada y roja sangre del amor, pienso mientras corro a contestar el teléfono. "Jelou guapa", digo yo. "Jelou my love", dice ella. Hablamos unos diez minutos y me cuenta que en un rato tiene que subir al tercer piso del Hospital, al piso de Emergencias, porque tiene que ayudar a una amiga que también está de turno. Le cuento que derramé el vino porque estoy escribiendo, pero que nada funciona y que estoy aburrido escuchando Jazz. Le cuento de la barra, de las diesiochoañeras y de NIN (es su banda favorita). "Ésas tus chavas tan tontas", me dice un poco celosa de las güiras y se disculpa por interrumpir mientras estaba escribiendo. Luego me cuenta de inyecciones, mujeres en parto y carritos con pachas por los pasillos del Hospital. Yo pienso en los recién nacidos, ¡¡uff, qué dicha!! Los doctores siempre me han parecido ángeles terrestres, ángeles sagaces con sus blancas batas tratando de salvar al mundo. Ángeles inteligentísimos orientando a la plebe en sus necesidades más urgentes. Una versión de superhéroes SAGRADOS haciendo lo que mejor saben hacer: Ser plenamente humanos, ¡pero sagrados!
Luego de hablar un rato, hacemos planes para el fin de semana y nos despedimos con sendos besos y las buenas noches. "Noches my love", digo yo. "Noches guapo", dice ella. Cuelgo el auricular. Busco un cigarro y camino hacia la cocina a buscar un trapo para limpiar el vino. En el camino hacia la cocina, pienso que fué preciso que me haya interrumpido en mi escapada al baño para huir de la güira diesochoañera; ya que al final la ficción que estaba escribiendo, no iba a zarpar hacia ninguna parte. Seguramente uno de los tantos naufragios literarios que tengo a la deriva, derivados de la ficción imprescindible. Luego entre mis pensamientos se me cruza Stranger Than Fiction, una película de Marc Forster, director de Finding Neverland. Se las recomiendo plenamente, ¡uff, pieza voraz de ése nuevo cine gringo! Chequen el link.
Al cabo de un rato, ya con la sábana limpia y las ganas de escribir algo más, decido poner a hibernar la Compaq y terminar la lectura de un librito de Kundera que me tiene entusiasmado. Luego de la lectura, reinicio Windows y abro el Explorer, me voy directo a Blogger y publico éste post mientras pienso que este post tenía que salir anecdótico, tipo crónica de Javier Payeras en el Siglo XXI. Una crónica breve, evidente, serena y sin repellos barrocos en las puntas de la agonía. Pero resulta que el post me salió de goma y muy ocioso, ¡el cabrón! Es que a veces, cuando uno trata y trata de podar la inevitable plétora de sucesos, siempre se les escapan a uno (y de mala manera) fechas torpes, datos innecesarios, nombres indecisos, verbos prescindibles, pronombres incautos, conjunciones vacilantes, interjecciones anómalas, yuxtaposiciones reiterantes, en fin; tanta mierda inconsecuente que no lo hace funcionar bien al susodicho post.
"Lo que pasa, decía un amigo, es que a uno se le hincha de tanta info la jeta... y después no sabés que hacer con tanto frijol en el canasto del maíz..."
Tenés toda la razón mi estimado, toda la razón.
Yo en lo personal, admiro a los crónicos por naturaleza. Esos periodistas sensitivos que capturan la noticia y la convierten en sorpresa narrativa, en fluidez voraz, en elegancia literaria. Ésos Capote por excelencia, que descuartizan la circunstancia y la transforman en belleza. Ésos Thompson que penetran continuamente la historia, hasta configurarla en suceso irreverente y personal. Ésos tipos sensibles, que con humor semántico y vehemencia gramatical, saben hacer de las suyas incluyéndonos en el drama situacional hasta provocarnos lágrimas espesas, carcajadas toscas, escalofríos densos, corazonadas sudoríparas, odios intensos. Ésos tipos sensibles, que saben diseccionar los abecedarios del corazón; y llegan hasta el nervio más recóndito con sus pinzas escriturales y sus escalpelos fantásticos.
¡¿Sagrados?!
¡Sí!, seguramente sagrados.