martes, 20 de mayo de 2008

Encuentro con El Diablo

"¡¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora!!
¡¡Has sido abatido a la tierra dominador de naciones!! (Isaías 14:12-14)





Hay quien asegura, humilde o pretenciosamente, ser El Diablo en persona. Así tenga puestos los Cuernos de sombrero, la camiseta del Ché Guevara (o la de los Rojos del Municipal), una chumpita de Iron Maiden, el aliento a Chile Tabasco o una buena cola, marca llorarás.


El asunto, es que yo lo conocí la otra noche en un bullicioso bar. Llevaba las uñas pintadas de colores, un pearcing en la lengua, vestía All-Stars de cuero negro, pantalón caqui, boina de gamuza y una cantidad innumerable de collares colgándole del cuello e inmiscuyéndosele entre las redondas y voluptuosas tetas que casi se salían de la blusa a cuadros. Me acerqué a ella para presentarme con ése ademán de casanova y ella, abruptamente, me dijo: “Yo te conozco... vos sos un escritor fallido, te llamás Bromo y me gustás... tenés que tomar más chela, quitarte esa ridícula bufanda y meterte conmigo al baño para que te exorcice una y otra vez con estas caderas mientras afuera se oye el reguetón... vení Bromo, tocame..."

Me lo dijo precisamente cuando estaba a punto de encenderle un cigarro y ofrecerle un trago. Yo no hice otra cosa más que encenderlo para mí, inhalar el humo gris, voltear a ver a la mara que platicaba en la barra y luego tomarme un trago amarillo de la Gallo. "Seguíme al baño", me dijo. Sosteniendo en su mano izquierda un gramo de cocaína blanca –blanquísima– y en la otra mi botella de cerveza. "Te va a gustar...", afirmó mientras yo la seguía. Subimos las escaleras y pude ver el contoneo de sus caderas caqui y el sabroso meneo de su culo marca "llorarás". Con ésta me voy al cielo y al infierno de regreso, pensé, mientras mis ojos se dirigían rumbo a la blanca polvoreada carretera del éxtasis. Cruzamos la puerta, y precisamente afuera el reguetón no paraba de sonar.


Ya en el baño, con un sonrisita epicúrea y cínica, me volvió a repetir que en realidad ella era El Diablo. Yo asentí (pensando que era una buena frase seductora), entregándome a su infierno de toscos manoseos mientras ella me desabrochaba el pantalón. Al cabo de un segundo lo desabrochó por completo mientras yo insistía arrebatadamente en abrir la bolsita de coca con los dientes. Después de un intento logré abrirla y respiré aliviado. Encogí los hombros y busqué unas llaves. Ya para ese momento sentía el constante y ligero mordisqueo sobre los bordes del glande y decidí meterme de un solo 4 llavazos mientras buscaba un condón en la bolsa del jacket. Me metí 2 más, y otros 2 más.

Exactamente cuando encontré el condón, sentí una garraspera áspera bajando por la cerrada y seca garganta; no precisamente una quemazón, sino una especie de gusano anestésico y pegajoso que bajaba lenta y dilatadamente por todo el esófago dirigiéndose hacia el estómago. Coloqué una mano en los fríos azulejos del baño, me recosté en la inmunda pared, no sé por qué motivo pensé en Dios y empecé a sentir cómo mi cuerpo se desmayaba hacia dentro; cómo en un trance ignoto, erótico y vehemente. La “diabla” no me soltaba la pinga, lo hacía muy bien. Su hirviente saliva empezaba a quemarme todo el tejido eréctil. Me mordía una y otra vez, pasaba su lengua por todas partes, sentía que me engullía por completo. Una hoguera de cosquilleo interminable se empezó a apoderar de mí. Heme aquí, pensé, refugiado en esta impetuosa isla cubierta de lava... No me importa sí se llama Juana La Cubana, Jeanette o Granadina... pero qué rico la chupa.

Seguramente la chava, nunca había escuchado King Crimson, Jethro Tull, Muddy Waters o John Lee Hooker. Ni tenía idea acerca de William Blake, Arthur Rimbaud, Jack Kerouac, Paul Bowles o William Burroughs. A lo mejor sí sabía de todo, ya que decía ser El Diablo, o La Diabla. Seguramente sabía de Colisión Inelástica, Radiología Gastrointestinal, Hermenéutica Romántica, Física Cuántica, Chamanismo Totémico, Estructuralismo Simbiótico, Sicología Analítica, Programación Neurolingüística, Gastronomía Arábica y hasta un poco de Aromaterapia New Age. Seguramente se sabía de memoria todas las canciones escritas y compuestas en la Historia Universal. Desde las canciones del Buki hasta Camilo Sesto; y desde Verdi hasta Vanilla Ice.

Por un momento, el desmayo interior-ulterior empezó a acelerar y poco a poco fui sintiendo su hálito de espasmo entrando por la uretra. Así, entre confusión y languidez, fui sintiendo un mareo y luego otro y otro y otro; hasta que el gusano anestésico que había entrado por las fosas nasales -y bajaba hacía unos minutos por el esófago-, se empezaba a apoderar de mí. Lo empecé a sentir por todas las venas, por todos los nervios, por todas partes; debajo y encima de toda la piel. El caliente fulgor se fue mezclando con el frío epiléptico hasta que de un húmedo tirón, la diabla me soltó y me murmuró algo al oído. Algo difícil, algo en Arameo y en Latín. Vi luces negras y caí al suelo, en un infinito vuelo alado y circular. En un momento dejé de sentir la cabeza enorme, y al contrario; empecé a sentir el corazón desarticularse. También sentí una sacudida, una agitación en la punta de los dedos, un constante maremoto de sílabas y lo último que recuerdo fue el manotazo de un compadre directo a la mejilla, una música ligera de fondo, una caminata en tropicales círculos y una llamarada en combustión rodeada de tambores en medio de los tristes senderos de la madrugada.



Al cabo de un rato, desperté en mi cama; sin fiebre ni mareos.

Al lado, semiabierta, una edición en francés de "Une Saison en Enfer" de Arthur Rimbaud. Afuera llovía, pensé en los druidas y en el reguetón. Luego intensamente, pensé en Conde de Lautréamont.