Tengo la mirada en suspenso abierta de par en par, un tercio de botella de escocés, nueve cigarros y una maraña apatía por los días nublados que me está extorsionando las ganas, inútilmente; tengo un crucigrama inconcluso entre las sábanas, recluso innecesariamente entre los huesos. Es día, medio día y tengo esta certeza, de querer salir apurado a la calle a buscar un par de torneadas y larguísimas piernas por los bares, no se cual fiel espanto de tu sombra.
La muerte, se ha aplazado en mi relicaria boca; quedando inmersa, cuajada de dioses, vitrinas y escaparates asexuados. Tengo las muelas molidas, un cuarto de libra en el estómago y una alerta gástrica en suspensiva emergencia; tengo vertiginosos fósiles dispersos por toda esta armazón triste dental, tengo colillas colmadas de sueño, tal fiel encanto de tu ausencia. La calle está simétricamente edificada al pie de página de mi penúltima novela inédita que sigo corrigiendo sin más escrúpulos que continuar innecesariamente borrando tinta, una y otra vez, me pica el pajarito.
Tengo este souvenir gastado y escrito en francés, tatuado directo al corazón que no me dice absolutamente nada. ¡Pero la calle está hermosa!, si la vieras; sentirías un enorme placer, una insólita y honesta risotada sobre el rostro. Tendrías que verla, te aseguro que es como correr a campo abierto sintiendo un intenso cosquilleo justamente en el área de los genitales. Y luego dejaríamos los horarios de oficina y los canjearíamos por un sin fin de tickets para el carrousel de la esquina, te lo aseguro, no te miento. Y así, pactados mutuamente, podríamos borrar estos versos mal pegados sobre una pared de un callejón que lleva directo al infierno. Sí, podríamos disipar la poesía sin preocupaciones ni horas pico. Te advierto nena, podríamos hacer el amor en los rincones más finos de la patria. Una y otra vez, sin interrupciones fatalistas.
Yo, mientras tanto no tengo sueño, ni cielo, ni traductores para mis desvelos. Me quedaré en casa, y quizá, continúe corrigiendo mi fatal novela rosa sin interrupciones de por medio. Talvez pronto sepa de un pulcro pero salvaje editor que la publique, me pica el pajarito.
La muerte, se ha aplazado en mi relicaria boca; quedando inmersa, cuajada de dioses, vitrinas y escaparates asexuados. Tengo las muelas molidas, un cuarto de libra en el estómago y una alerta gástrica en suspensiva emergencia; tengo vertiginosos fósiles dispersos por toda esta armazón triste dental, tengo colillas colmadas de sueño, tal fiel encanto de tu ausencia. La calle está simétricamente edificada al pie de página de mi penúltima novela inédita que sigo corrigiendo sin más escrúpulos que continuar innecesariamente borrando tinta, una y otra vez, me pica el pajarito.
Tengo este souvenir gastado y escrito en francés, tatuado directo al corazón que no me dice absolutamente nada. ¡Pero la calle está hermosa!, si la vieras; sentirías un enorme placer, una insólita y honesta risotada sobre el rostro. Tendrías que verla, te aseguro que es como correr a campo abierto sintiendo un intenso cosquilleo justamente en el área de los genitales. Y luego dejaríamos los horarios de oficina y los canjearíamos por un sin fin de tickets para el carrousel de la esquina, te lo aseguro, no te miento. Y así, pactados mutuamente, podríamos borrar estos versos mal pegados sobre una pared de un callejón que lleva directo al infierno. Sí, podríamos disipar la poesía sin preocupaciones ni horas pico. Te advierto nena, podríamos hacer el amor en los rincones más finos de la patria. Una y otra vez, sin interrupciones fatalistas.
Yo, mientras tanto no tengo sueño, ni cielo, ni traductores para mis desvelos. Me quedaré en casa, y quizá, continúe corrigiendo mi fatal novela rosa sin interrupciones de por medio. Talvez pronto sepa de un pulcro pero salvaje editor que la publique, me pica el pajarito.