martes, 8 de diciembre de 2015

LOS DIABLOS interiores

Alguna vez fui el punk más rudo del grupo.

Rompí botellas, hice destrozos, aniquilé corazones.

Levanté faldas por montón
y lamí tatuajes con la lengua de los dioses.


La noche más turbia me acarició el brazo
y me dijo «tranquilo, querido, ya es de noche».


De toda esa vida de instantes explosivos
me quedó una risa cínica, turbio vaivén contundente.

Por eso manejar horas rumbo al mar de la desdicha
con tal de ver el amanecer
de algo innombrable,
obtuso,
sagrado,
no fue algo pasajero
mucho menos fútil.


Los rayos de sol
me alcanzaron
calaron los huesos.
Fueron regalos hermosos.

Así que abrí otra botella, inhalé un poco de vacío
y exhalé atrocidades turbias, envenenadas y solitarias.

Todo en mí fue estruendo.
Luces de una fiesta psycho en la que anduve despierto.

Inundé de excesos las sigilosas vaginas de las chiquillas.
Fui noche, oscuridad y un tibio recuerdo de otras vidas.


Alguna vez fui el punk más punk de todos.
Llevo cien fuegos oscuros tatuados en el pecho
y las grupis me acarician la melena,
la entrepierna, me incitan a desnudarlas
desde otra vida en la que fui solo silencios.

 
En alguno de esos orgasmos trémulos
pude ver tesoros que incendiaron mi infierno.

Todo fue un éctasi salvaje,
una provocación insomne,
un concierto barroco,
una exploración cinética,
un abandono extrapolado.


Hoy es martes.
Acabo de regresar del trabajo.
Abrí una cerveza y fumo un cigarro
mientras pienso en todo lo vivido de a golpe.


Todos esos recuerdos me dan choques eléctricos
mientras escucho Savages, Ma Jolie y Tenement.


Así, la vida se desintegra en un desfiladero volátil
donde los diablos interiores me besan y muerden
los labios con sus colmillos adolescentes.


Después de un rato de recordar fumarolas tenues
me quito los All Star negros,
pienso en los Misfits o The Clash, y me voy durmiendo.