sábado, 29 de mayo de 2010

[calambres en el alma]

Escribir en cualquier momento. Bajo la lluvia, de cenizas o de agua. Bajo el instinto precario de querer decirlo todo. Bajo el incesante miedo de que el presente se rompa en mil pedazos. Escribir bajo presión. Bajo el piano vital de la melancolía. Bajo los síntomas de la intuición. Bajo la rueda de Hesse. Bajo la ambivalencia del mundo. Bajo la ternura de una sombrilla cubierta de sueños. Soy una esquirla de deseos, soy un átomo en erupción. Anoche escribí un poema que se titulaba “arena”. Es muy probable que se convierta en un libro con poemas sobre el olvido. La última semana fue una semana extraña, llena de accidentes fatales en la memoria. Fue una semana feliz, pero inconstante. El amor debería de ser un salvavidas, un arribo constante, un impermeable. Ha veces pienso que todo se deteriora y la felicidad es sólo un estado de incongruencias. La lógica no existe en la felicidad. Los libros de la buena memoria, diría Luis A. Spinetta. Últimamente he vuelto ha escuchar música que tenía olvidada en mi equipaje. Quisiera ir al mar. Quisiera ir a una isla. Anoche estuve viendo itinerarios de viajes imposibles. Los adjetivos ciertas veces son torpes. Necios. La lluvia no se detiene. La lluvia es una necedad insolente durante estos meses. Mayo. Certezas. Junio: medio año. Noche de luz, añosluz. La literatura es un abrigo. Calambres en el alma. Los huesos rotos de una canción en frío descenso. Mirador: me urge verte. Tengo selvas en las manos. Tengo partituras con oleaje perfecto. Tengo abismos sin miedo. Nadaremos en la profundidad de los despertares. Esperaremos que la lluvia cese. El tibio regocijo de los comienzos. Esta mañana desperté con una tristeza enorme. ¿Tendré fonemas para balbucear entre el silencio? No puede ser que la felicidad nos dure tan poco. Este arrebato de letras y obsesiones. Este anuncio de cambio de valija. Vamos al mar. Juguemos a vernos las caras desde otros caleidoscopios. Juguemos a hacer castillos negros con la negra arena de los finales. La mañana me parte en dos. Dos cartas con libros guardados en el cajón de los posibles. Jarvis Cocker. Steve Patrick Morrisey. Una entrevista. Dos aciertos en las manos. Bombas eróticas. Metralletas cursis. Un poema se desdibuja en la ventana. Preludio inevitable de los días que acontecen. La mañana es un eclipse en el corazón. Una balada synthpop en las ansias. Anoche quise decirte muchas cosas. Anoche. Bajo la lluvia. Bajo el ruedo por ti y Calamaro en el pulso retórico del recuerdo. Arena en las manos. Tengo arena en la sangre, tengo arena en el talvez. Hay laberintos en mis pasos. A dos pasos de la tranquilidad. Somos productivos construyendo nuestros dramas. La mañana es lenta. Lenta travesía por el futuro que es cualquier cosa. Escribo en cualquier momento. Bajo la lluvia, de incertidumbres y de excesos. Bajo el instinto precario de no querer decir lo que se dice. Siempre hay sombras. Bajo el incesante miedo de que las sospechas estallen en rabia y verdad. Escribir bajo los pianos del alma. Bajo los escombros del olvido negro que es ceniza que es viaje que es silencio. Escribir bajo los símbolos oscuros de la intención. Escribir tocando los extremos del universo. Escribir sin prisas, sin miedos, sin ruidos infantiles bajo presión. Escribir solamente. Escribir cenizas negras bajo la lluvia. Escribir recetas tibias para el corazón.