De las carreras de ése día, tengo muchísimos recuerdos (Funes que es uno) pero hay un sólo recuerdo que me alimenta el ego y la nostalgia. Ése recuerdo vuelve a tomar colores, forma, movimiento y sentimiento. Ése recuerdo se vuelve a llenar de vida cada vez que lo repaso una y otra vez mientras hago un test en el Facebook, busco entradas para el concierto de Depeche Mode en Costa Rica, meo en el baño de algún bar, pincho con el tenedor algún trozo de carne durante el almuerzo o me rasco la entrepierna derecha mientras veo en cómodamente en el sofacama: "Padre de Familia".
Ése recuerdo, no es la sencillez con la que me saludó un fulano al reconocerme en las páginas del Siglo XXI ése mismo día. Tampoco es el recuerdo de ver caer unos cuatro o cinco dedos de mis colochos frente al espejo del salón con el crujir del filo de las tijeretas taiwanesas. Ése recuerdo, tampoco es la sonrisa de mi madre y de mi novia en el retrovisor del carro dirigiéndonos a Sophos Fontabella para presentar mi ansiado y nuevo libro. Tampoco es el recuerdo, de ver la sala llena y las miradas esperando los adjetivos de mis labios y la tormenta de abrazos cercanos, de gente queridísima, de halagos formidables, de querer detener el tiempo para abrazarlos a tod@s con el pálido fulgor de mis fiesteras, enérgicas y synthpoperas palabras.
¡No! El recuerdo del que hablo no es ése. Ni mucho menos es el recuerdo del abrazo con mi padre, con Javito y con Pancho; con Leslie, con Marré, con Eva, con Mayra. Con Marylin, con Neco, con Quique, con Roberto, con Güicho, con Leandro, con Beatriz, con mi hermana. Con la señora de los lentes, con el personaje de las dedicatorias, con el don tan raro y el otro tan buena onda. Con Julito, con Luis, con Mendel, con Marvin, con Alejos, con Edgar, con Mitchel, con Carmen, con Lorena, con Ileana. Con Sánchez, con Kate, con Yolanda, con Cristina, con Pato, con Nuto, con Paco, con Yuri, con Lester, con Zapper, con Noriega, con Dávila; con tantos y tantas, con todas y ninguno. El recuerdo no es ése, tampoco es el recuerdo de los vinos. Mucho menos la plática con Marito y el Titi, mucho menos la fulana bailándome con el culo en la puerta del baño, diciéndome insistentemente "vos sos el chico del día, el chico del libro... humm, el chico de-la-no-che".
¡No, insisto... el recuerdo no es ése!
Tampoco es el recuerdo del jipjop del Flako, las cervezas de Hans, la miniparty con Ariel, el disco de KJ sonando en el stereo hasta las 5 de la mañana; tampoco es el recuerdo de los cigarrillos furtivos, las blancas horas de desvelo, las lecturas de "Síncopes" de AM y "La Interpretación de Mis Sueños" de HH sobre el tibio sofá de la sala. Tampoco es el recuerdo de abrir botellas y botellas de tinto, tampoco es el recuerdo del desayuno fantástico, tampoco es el recuerdo con las caricias de mi novia rondando por el recuerdo, tampoco es el recuerdo del sueño, tampoco es el recuerdo, tampoco es el sueño, tampoco es el tampoco. ¡Tampoco!
El recuerdo, por lo contrario, es sencillamente otro.
Es un recuerdo que exclusivamente y sólo para mi: yo me comparto.
Fotografía por Cecilia Cobar
Ése recuerdo, no es la sencillez con la que me saludó un fulano al reconocerme en las páginas del Siglo XXI ése mismo día. Tampoco es el recuerdo de ver caer unos cuatro o cinco dedos de mis colochos frente al espejo del salón con el crujir del filo de las tijeretas taiwanesas. Ése recuerdo, tampoco es la sonrisa de mi madre y de mi novia en el retrovisor del carro dirigiéndonos a Sophos Fontabella para presentar mi ansiado y nuevo libro. Tampoco es el recuerdo, de ver la sala llena y las miradas esperando los adjetivos de mis labios y la tormenta de abrazos cercanos, de gente queridísima, de halagos formidables, de querer detener el tiempo para abrazarlos a tod@s con el pálido fulgor de mis fiesteras, enérgicas y synthpoperas palabras.
¡No! El recuerdo del que hablo no es ése. Ni mucho menos es el recuerdo del abrazo con mi padre, con Javito y con Pancho; con Leslie, con Marré, con Eva, con Mayra. Con Marylin, con Neco, con Quique, con Roberto, con Güicho, con Leandro, con Beatriz, con mi hermana. Con la señora de los lentes, con el personaje de las dedicatorias, con el don tan raro y el otro tan buena onda. Con Julito, con Luis, con Mendel, con Marvin, con Alejos, con Edgar, con Mitchel, con Carmen, con Lorena, con Ileana. Con Sánchez, con Kate, con Yolanda, con Cristina, con Pato, con Nuto, con Paco, con Yuri, con Lester, con Zapper, con Noriega, con Dávila; con tantos y tantas, con todas y ninguno. El recuerdo no es ése, tampoco es el recuerdo de los vinos. Mucho menos la plática con Marito y el Titi, mucho menos la fulana bailándome con el culo en la puerta del baño, diciéndome insistentemente "vos sos el chico del día, el chico del libro... humm, el chico de-la-no-che".
¡No, insisto... el recuerdo no es ése!
Tampoco es el recuerdo del jipjop del Flako, las cervezas de Hans, la miniparty con Ariel, el disco de KJ sonando en el stereo hasta las 5 de la mañana; tampoco es el recuerdo de los cigarrillos furtivos, las blancas horas de desvelo, las lecturas de "Síncopes" de AM y "La Interpretación de Mis Sueños" de HH sobre el tibio sofá de la sala. Tampoco es el recuerdo de abrir botellas y botellas de tinto, tampoco es el recuerdo del desayuno fantástico, tampoco es el recuerdo con las caricias de mi novia rondando por el recuerdo, tampoco es el recuerdo del sueño, tampoco es el recuerdo, tampoco es el sueño, tampoco es el tampoco. ¡Tampoco!
El recuerdo, por lo contrario, es sencillamente otro.
Es un recuerdo que exclusivamente y sólo para mi: yo me comparto.
Fotografía por Cecilia Cobar