lunes, 5 de enero de 2009

Cinco Poemas de Inicio de Año

Muchos se proponen adelgazar, ordenar la casa, dejar el cigarro, el güaro, las drogas duras; terminar la carrera, conseguir trabajo, reorientar su vida; sacar al perro tres veces por semana, ir a hacerse chequeos médicos, leer dos libros por mes, conseguir novia, hacer un blog, sacar (mínimo) un libro, hacer deporte, comprarse a fin de año el carro deseado, ahorrar lo suficiente para viajar con la/el amante, volver a pintar, ir a visitar a los viejos al asilo, tirar la ropa vieja y cambiarla por nueva, hacerse un tatuaje, un pearcing, la lipo, el implante, ponerse las tetas bien grandes; pintarse el pelo, mudarse a vivir sola/solo, meterse al yoga y al cursillo aquel de liderazgo que dan a fin de año.

Muchos se proponen muchas cosas, al igual que yo me propuse las mías.

Para iniciar el año, por ejemplo, me propuse escribir al menos 15 poemas por mes para tener alrededor de 200 poemas a fin de año. Les dejo los primeros cinco:



1

el diablo
no es el diablo
porque soy yo
el que fuma y miente
se desviste y coge
de tus manos,
el olvido envuelto
en sangre y tristeza


2

Su silencio inagotable
me supo a miel de arándanos desde un principio.
Tengo que aclarar, desde éste exilio triste y dulce,
que a mi los arándanos
me valen cómo las fresas le valen a los cholos.

Luego de un tiempo
de entender que ella y yo éramos distintos,
no hallamos más remedio que enredarnos
una y otra vez
en el tibio follaje de la exquisita redención gástrica.


Aún recuerdo
cómo su voz lánguida y distante,
resuena opaca en las alacenas de mi pálida memoria.


3

Indio sos
Fulano de tal
Anonimato de sangre,
Tibia cripta de silencios

Indio soy
Asesino el tiempo
Avivo la leña, día a día,
Que quema mi destino incierto


4

las mariposas
se trenzaron en tu pecho;
un olor a quimera, a fútil saña,
se erigió desde el centro de tu vientre.

vos abriste las piernas,
y yo vi, tiernamente vi,
cómo el tsunami de tu vulva
se tragaba mis palabras decadentes.


5

Tengo que enterrar en tierra firme
este muerto impostor que aún gime.


Él llora, patalea, se busca un papel en la bolsa del saco.
Yo lo pateo, le escupo, le lanzo agravios; le injurio con asco.

Por las noches, mientras él duerme,
le veo respirar en paz y hasta por conmoción, le leo Dalton.
Al cabo de un rato, me dispongo a dormir y él se despierta.
Lanza gemidos, tristes lamentos, viejos e irritantes lloriqueos.
Uno a uno, le voy arrancando los cabellos
mientras le lanzo bofetadas de Keats, Pound o Vallejo.

Él se tranquiliza, queda inmóvil, quieto cómo un santo.
Yo me enfado, me arranco el ripio de mi pecho y lo descargo.


Él llora, patalea, se busca un papel en la bolsa del saco
y empieza a desenterrar al impostor que yace en mi descanso.