miércoles, 17 de diciembre de 2008

Rodando, rodando, rodando

Dieron las 6 y metimos retroceso.

El Chiltepe –carrito "casi" de juguete de mi hermana–, enfurecido con su motor mil inyectado, salió del condominio y ya entre el tráfico manejamos dando vueltas hasta llegar a inmediaciones del Trébol. ¿A dónde vamos?, le pregunté a aquella. No sé, me respondió al mismo tiempo que dábamos vuelta por el Parque de La Industria y yo le aniquilaba la intención: Vos, yo la verdad no tengo muchas ganas de ir a ése toque. Yo tampoco, me dijo para mi salvación. ¡Vamos a zona 1! Va, le respondí. Derrapamos sobre la 7ª Avenida y en un chilazo llegamos al Centro. Unos 12 milagrosos minutos entre el tráfico prenavideño, ¡qué fineza!

Bajamos, saludé a algunos conocidos, vimos luces y cámara de filmación. Seguro lo de Lencho, le dije a aquella. Cabal. Estaban grabando (verbo que ahora reemplazo por el gerundio filmando, según acotación de Marito Rosales y Marito Lanz). Seguimos de largo, llegamos a las Cien y pedimos un litro, con sus respectivos panitos con ajo. Al cabo de un rato de hablar y hablar no sé que babosadas, apareció Lencho con su típico comentario: "es que la poesía, yo por eso detesto a los poetas" Reímos, platicamos un ratín y entre casaquè y casaquè terminamos en el set de la filmación junto a dos extras que llevaban un par de horas de estar sentados en la misma mesa y con unas botellas de Gallo que en vez de tener el prodigioso líquido vital, estaban llenas con agua del chorro. Bajo presupuesto, me dijo mi hermana. Bajísimo, le respondí a aquella, mientras incitaba (a los ahora camaradas de escena) a que compraran un litrín en el bar y que pidieran dos vasos. Esos hicieron mis sedientos gordos, pidieron su litro y regresaron a la mesa. Para todo esto, las luces, el maquillaje, la directora de elenco, la de fotografía, el asistente de producción, los extras, las mesas, los actores principales, la actriz principal de la escena, los cigarritos, las pruebas, los litros, los litros, los litros.

Les dibujo la escena:
Corre tiempo, rueda cámara, escena 65, frame 2, toma 4. Acción. Una chavala está leyendo poesía en un bar “bohemio”, hay cuatro o cinco mesas con gente “bohemia”, que la escuchamos atentamente. El poema que lee es de Rosa Chávez y cuando termina de leerlo, añade un par de cosas. Nosotros le aplaudimos con respecto y admiración, luego la protagonista saluda a unos sus cuates en la mesa contigua a la mía y en ése momento entra el personaje principal (Lencho) y se dan un rico y sabroso abrazo. Corte.

En sí, unos 44 segundos del filme pero traducidos a 3 horas de filmación. Todo eso porque hay que hacer las respectivas tomas en sus distintos ángulos y sobre todo, porque en el intermedio de toma a toma -que-producción-enciende-el-purito, que-blablabla-no-sé-qué-babosadas y que hay que mover las luces, la cámara, etcétera, etcétera.


Mierda, le digo a mi hermana cuando graban la primera toma en 30 minutos y queda perfecta. ¿Por qué? Me pregunta. Vos, es que fijo van a ser unas 6 o 7 tomas y eso significan un par de horas de nuestro valioso tiempo (tocaba Dr. Tripass en Esperanto a las 9). Noombre, me dice para tranquilizar mi impaciencia, ahora divirtámonos y pasémola bien. Bueeeno, le digo intranquilo mientras pido otro litro y seguimos fumando y viviendo el dejavú cada vez que la chava lee el poema de Rosa (Chávez). Puta, me dice mi hermana, mínimo nos tenemos que aprender el poema. Fijo, le digo presagiando que en un par de horas se me olvidaría. Es más, si me preguntan, no me recuerdo del poema.

Al cabo de 3 horas o más, nos hicieron firmar un “supuesto” contrato en el que cedíamos, cómo actores extras de un largometraje guatemalteco, nuestra imagen para que fuera difundida por toda Latinoamérica y el mundo bajo una serie de cláusulas en las que no nos remuneraban (¡ni siquiera una chela pues!) económicamente o intelectualmente. Luego nos dieron las gracias, aplaudimos todos y nos pusimos a conversar con algunos de los personajes y con los Marios (Rosales y Lanz) sobre el final de grabación. Brindamos por la lica y salimos huyendo con mi hermana hacia otro bar. Para todo, eran ya las 11 de la noche. ¡Vos, le dije a mi hermana, estuvo buena la experiencia pero qué hueva! Sí, la próxima si nel, me respondió aquella. Al Espe ya no llegamos vos, le dije, ¿tons a dónde vamos? No sé, me respondió mientras empezamos a caminar de nuevo hacia las Cien Puertas.


Al final, entre todo y todo, nos encontramos con Darío Escobar –quien dijo tener una botella de Whisky y otra de Ajenjo en su apartamento– y Jorge Linares –joven promesa de las artes para el 2009 según Darío–, y optamos por irnos de fiesta con aquellos. Ya en casa de Darío, discutimos sobre la Aristocracia Maya, la ambivalencia de las Crónicas de Conquista, los santitos e imágenes religiosas de Latinoamérica, la relevancia del Ajenjo (Absinthe) en la intelectualidad francesa del Siglo XIX y la importancia de tener a Timbiriche o José José en el iPod.


La fiesta siempre surgiendo, en pleno rodaje.

La inevitable música, rodando sola por el suelo.

Y la tibia noche, aún rodando por los azares de Diciembre.