lunes, 8 de octubre de 2007

Mucha Poesía, Soledad y Cattaneo

Si recuerdo miento. Si escribo, ya todo fue escrito.
Si muero, la muerte llega a su fin. Si vivo, la muerte recién comienza.
Si espero, la espera es más prolongada. Si parto, la partida ya no existe.
(Jack Kerouac)






Hace aproximadamente un mes, por motivo de las celebraciones patrias y demás congénitos pretextos, estuve presente en la Lectura de Poesía VS 9/11 en la Ciudad de Quetzaltenango. Dicha lectura tuvo la participación de la notable y precoz camada de poetas quetzaltecos, que con cierta sagacidad van encontrando una línea poético-discursiva mucho más actualizada que en años anteriores. Junto a los poetas quetzaltecos, también resonaron los versos de Juan Pablo Dardón y Alan Mills; que dejaban en manifiesto la reflexiva y diestra participación de la poesía capitalina en dicha lectura.

Un par de horas más tarde, entre turbias caladas de cigarro y disciplinados sorbos de alcohol, se presentaba el último libro de Alan Mills: Síncopes. La presentación estuvo a cargo de Javier Payeras y Aníbal Barillas (director del Proyecto Cultural la Casa de la Serpiente). Debo admitir, por un lado, que la presentación estuvo sumamente intensa y fluida; al igual que la participación colectiva, sobre todo por parte de las féminas caderas y el inevitable coctelito "Marca Baco", que armonizaba perfectamente con la deliciosa noche de la Ciudad de Quetzaltenango.


Todo esto, me hace recordar algunos muy buenos versos del libro Síncopes; pero eso lo dejaré para una estricta y futura reseña. Lo que también es cierto, es que todo esto me hizo recordar lo que hablábamos con Alan mientras cruzábamos el serpenteante y nuboso camino antes de llegar a Xela para las respectivas lecturas. De entre todas las cosas que hablábamos en el camino, recuerdo que le compartía a Alan el pensamiento de que existen esos cruciales momentos en los que uno descarta, indiscutiblemente, el oficio de la Santa Escritura, no Sagradas Escrituras ¡ojo! Pues al final esa santa escritura de pedestal, encierro y rigor no es más que un suceso. Un suceso de largas, delirantes y atinadísimas páginas que no hacen más que adornar y "ficcionar" (¡hacer ficción pues!) sobre lo que realmente vale la pena: que es vivir la escritura (entiéndase poesía también).

Entre todo, Mills me compartía una frase acertadísima que alguna vez le dijo Don Mario Monteforte, y es que: “existen dos tipos de escritores, unos son los que se sientan a engordar su trasero y escriben desde su lujoso e hinchado encierro. Por otro lado, están los que salen a conquistar el mundo.” Alan, por su parte, me confesaba que se siente parte de los segundos escritores; esos que salen a caminar y a guerrear por el mundo. Yo no lo dudo, al contrario; lo reinvindico. Bueno, lo de la frase es lo que me tiene en duda; ya que no la estoy citando literalmente cómo se la escuché a Alan; solamente sé que es algo parecida. Espero el espíritu de Don Mario no esté reprochando mi falso y equívoco testimonio anecdótico. Pero ya ven, con todo y la justificación poética debida, debo explicarles que la última neurona que me quedaba de vida se fue de fiesta la mayor parte de las últimas dos semanas. Incluyendo claro, con una lista de amigos mutantes que estuvieron presentes en tal diligencia. Por eso mismo, ¡Disculpas! A veces uno no tiene la culpa de repentinamente olvidar, o mezclar. Pero lo que sucede es que lo que más recuerdo ahora es la inagotable "mezcla" de estimulantes en la fiesta de Hernán Cattaneo (un DJ argentino de House, Electro House y Progressive House que tocó el pasado viernes en Guatemala). Y bueno, es a Hernán y a su cierre de página exhaustiva a lo que quiero llegar.


Pero bueno, regresemos a las letras.

Sucede que a muchos escritores se les olvida realmente lo más importante, que a mi parecer es esa especie de versión bukowskiana de la realidad; ese delirio intermitente. Ese modus operandi, esa convicción con la poesía etérea, diaria, intensa, vital; esa pasión. Y bueno, uno que apenas es apasionado, empieza a caminar o a escribir las "Obras Completas de La Vida", aunque suene maricón. Pero bueno, es que hasta en Sui Generis haya algo de vital, quizás. O incluso me recuerda lo que hablaba en una de esas retóricas y armoniosas pláticas con una amiga pintora; y es que llegamos a la conclusión de que uno vive para morir intensamente cada día; algo así cómo aquellos versos bien delineados de García Lorca (¿o Miguel Hernández?) donde amplifica a 500 Watts que uno se muere a diario, para resucitar a diario. En fin, vivir intensamente para escribir intensamente. O acaso Una Temporada en el Infierno de Rimbaud, ¿es sólo una pretensión del padecimiento de la pasión?. O Factótum de Bukowski, ¿una mentira, o una entrega total?. O mejor aún, El Incurable de David Huerta, ¿una enfermedad irremediable en incurable soledad?



Pues sucede que entre el descanso causado por una fiebre contagiosa de Aniversario (que parecía paludismo tropical) y una felicidad colectiva a deshoras de After Party; me dosifiqué un urgente y necesario aislamiento de varios días con el mundo. Al final, la fiebre pasó y la garganta recuperó su vigorosa susceptibilidad al tabaco y al alcohol.

Habían pasado varios días y ya empezaba a extrañar el agua fría, el fulminante acondicionador y la limpieza humectante del jabón en pastilla. Me di un baño de media hora, me puse el jacket, el sombrero y bufanda. Salí a la calle cómo canción de Cerati, o de Cumbia Kings. Eran las 6 de la tarde y lo primero que hice fue detenerme en un Super 24 y comprar unas cervezas en Six Pack. Terminé una, empecé la otra con desesperación. Encendí un cigarro, terminé el pucho, lo lancé cómo quien lanza un verso en plena mesa redonda. Sentí cómo mi esófago pedía a gritos ese frío y amargo oleaje del lúpulo al mezclarse con la tibia y sobria saliva en soledad. Me tomé otras dos casi de inmediato, detuve a un taxi blanco; nos dirigimos al bar de M., le regalé unos versos anotados en un ticket y la última cerveza al conductor. Entré al bar quitándome el jacket, saludé a M. y me senté en la barra; allí bebí cerveza y luego de unas horas resulté acariciando las piernas borrachas de una conocida. Me dijo que le gustaba, le dije más o menos: "lo mismo". Luego me dijo que era su poeta favorito, pero que no me había leído nunca y que seguramente nunca lo iba a hacer. Le regalé mi sombrero cómo souvenir, me dio un abrazo, le di un beso en la sien; me mordió los labios. Le guiñé el ojo y ella fatalmente sonrió. Llegaron unos amigos que andaban en ácido, platicamos de arte y bombas molotov; puse Blue Six en el iPod. Le tomé la mano a la baby y nos metimos al baño. Allí nos besamos en silencio y luego nos metimos siete líneas de coca una tras otra. Le susurré un poema de Pound y otro de Pessoa al oído mientras ella me acariciaba la frente con ese estupor que el alcohol te deja sentir. Me eché un poco de agua en la melena, pagué la cuenta, nos despedimos de la mitad de la gente con un gesto de burla mientras sonaba It’s No Good de Depeche Mode. Salimos a la calle, nos metimos dos Éxtasis, la luna casi llena gritaba acordes agudos de blanco Rock 'n' Roll. Los colores se colmaban de abrigo. La garganta recetaba una sobredósis de agua y amor.

Difícilmente abrimos la puerta del hatchback, ella me abrió la guantera, yo le abrí la boca y la blusa. Me metí en su carro, luego en su blusa; finalmente me metí entre sus piernas. Manejamos en estado catatónico hacia la casa de T., le sujeté los senos bajo el rojo de un semáforo, le coloqué la tanga negra en el estacionamiento del Punto. Bajé a comprar golosinas. Compré dos gramos de coca, un litro de whisky, una bolsa de hielo y cuatro lollipops. Entramos a la casa del amigo, salimos al día siguiente. Ella manejo entre el tráfico de las 5 de la tarde, nos besamos en cada esquina la boca, los ojos, las manos. Al llegar al bar de M. nos despedimos en silencio, me devolvió el sombrero, entré y saludé a la gente; bebí más alcohol. Era el cumpleaños de un amigo, nos dimos un abrazo, le regalé un gramo de algo que parecía anfetamina mientras M. me miraba y sonreía detrás de la barra. La música estaba extraña, parecía Hip Hop del malo, la gente bailaba sin ganas. Un tipo me veía enfadado; fastidiado me metí en el baño y esnifé unas cuantas líneas mientras tocaban y tocaban la puerta. Salí a los cinco minutos y me senté en la barra, brindé con M. y con el amigo del cumpleaños que no paraba de mandibulear mientras sonaba La Mala Rodríguez en el aparato reproductor. Al instante de volverme a parar conocí a una salvadoreña de sandalias negras que bailaba muy mal; platicamos de publicidad y títeres chinos. Me senté y me levanté otra vez al baño, recibí una llamada de mal gusto y terminé en un carro ajeno con tapicería de cuero chafa metiéndome una tacha y platicando con una lesbiana de nombre Shanela.

Nos bajamos del carro, el sonido del Allen & Heat de Cattaneo sonaba monstruoso. En la entrada me revisaron el jacket, el sombrero, los cigarros. Olvidaron las bolsas, los compartimientos secretos, las manos. Mi nombre estaba en la lista de invitados, entonces le di mi entrada a la amiga de Shanela y entramos bailando; fui a comprar un pachón de vodka para acompañar al magistral sonido del electro. ¡Uff, qué party! ¡Increíble beat, increíble DJ! Encendí un cigarro, caminé entre los chicos Fashion Minimal. Ya entre la gente y las luces (de esas inteligentes de color verde) saludé al genial de B., a la preciosa de P., al conocido de L. y a otros tantos que no recuerdo. El VJ me saludó desde lejos y nunca detuve los pies ni la fiesta hasta las 4:40 de la mañana cuando terminó el toque y salimos en fila; junto con el VJ y sus amiguitas groupies para guardar el equipo en el carro y continuar con la fiesta.


La poesía, recuerdo le dije a una de las amiguitas del VJ en horas de la noche ese sábado, es una maquinita solemne, una alquimia de excesos, una tibia morada para soniditos minimal y progressive. Por la forma en que ella sonrío -dopada, enamorada y absolutamente ausente-, supongo que mi rostro de poeta post-postmoderno andaba ya desfigurado a esas horas de la party. Pero por otra parte, creo que le estaba hablando en términos demasiado absurdos y banales; pero curiosamente, también le hablaba de metáforas demasiado reales y sumamente honestas.