martes, 25 de julio de 2006

VIII (memorĭa)

Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido. Evoquemos una situación de los más trivial: un hombre camina por la calle. De pronto, quiere recordar algo, pero el recuerdo se le escapa. (La Lentitud, Milan Kundera)





Crucifixiones en el asilo del tiempo,
soledades en métrica reversa
inundadas de laberinto en conflicto;
desahuciados mártires al filo de guerra
y una que otra chica bonita
envuelta en ruido y maquillaje
esperando al hombre de sus sueños
(tal príncipe grisáceo, más que azul),
pero ella espera tal cual Penélope nocturna
entre trabajos de mediotiempo y visitas al dentista
siempre vestida en tangas rojas
de esas que salen
en las películas de directores europeos
o latinoamericanos guionistas, nacionalizados en España.

Violaciones de punto y aparte,
conmemorativos vinos sagaces en el último espacio;
mentiras piadosas de primer renglón,
vicisitudes maníacodepresivas anotadas en el calendario
y niños jugando con niñas
sobre un vasto césped amarillo de incipientes desdichas.
Un borrador sin relatos,
una gota de sangre sin sangre,
un link sobre tinta y con Pantones,
un corazón en el inbox
temblando de euforia
en un día asoleado de domingo.



Regios homenajes de arrebato,
largas conversaciones con el vacío
y un repartidor de diarios fumando
su último cigarro
en sus primeros cinco minutos de descanso.
Una novia de ésas que no son novias,
hablándome de arte y literatura latina
entre miradas obscenas y seudocaricias
por debajo de la mesa de plástico
(ni siquiera de roble o vanguardista metal),
cómo es de esperarse.

Un ángel sin alas
a protección de calores impredecibles
caído en el baño,
vomitando primaveras celestes
(quise decir multicolor, taco al pastor);
pero uno que otro yuppie
vestido de parafernalia fake elegancia,
intercambiando 'dardos mentiras'
por conversaciones sacadas de la última revista
de ésas que suelen andar
en los mostradores de los recurrentes supermercados.



Por la noche un trovador contemporáneo,
y conocido;
metiéndole mano
a la novia de su mejor amigo en el baño.
Mientras yo me disparo un verso suicida
en algún lugar de la sala contigua
y alguna que otra chica bonita, sin tanga roja,
me guiña el ojo y procedemos
a los órdenes correspondientes
del tibio juego del flirteo y sus formales consecuencias.

Una amalgama de exóticas comidas
servidas en conmemoración de duda
o en platos sin muñecas de china porcelana,
ni azafates tapiados en delfincitos de éxtasis.
Anaqueles guardados en calendarios situados de hora pico,
vacaciones precoces de cheap buceo y tinto riesgo;
políticos insípidos dando el último discurso
de su mediocre mandato y viceversa y viceversa.
Souvenires caminatas
en búsqueda de taxi, choripan o cocaína
y televisores encendidos, o en stand by,
agobiando las felicidades más austeras e inolvidables del ocio.

Hamacas colgantes
con nombres y cópulas ajenas.
Fronteras de patria
que alguna vez alcanzaron, un orgasmo múltiple.
Visones miopes de dioses seudocríticos
vendidas en revistas de arquitectura minimalista & diseño conceptual.
Espumas nuevas.
Caricias sin dar.
Ganitas en la piel.



Mandarinas en el cielo
de los meses más urgentes y extraños.
Nerviosismos de café y champurrada,
garitas situadas en la triste melena.
Contacto de dedos,
beso guardado en un libro o en el asiento trasero o en el iPod negro
y vos sonriendo;
así cómo tiritan las luces o estrellas
de un surrealista semáforo en un día de asueto.

O entre extrovertidos sushis de último momento.
O entre mensajes de texto, para ponernos más actuales.

Y subversivos.
Y clarividentes.
Y contemporáneos.
Y mucho más honestos.