viernes, 12 de agosto de 2005

A propósito de Maurice

Digamos, que cada persona tiene sus rituales íntimos. Todos los tenemos, por ejemplo, he visto como algunas personas colocan de cierta forma sus cachibaches sobre la mesa cuando van a un bar, un café o una discoteque de esas donde los hombres observan de reojo, sobre los hombros de sus novias, los culos redondísimos de dos amigas lesbianas que bailan con sensual impaciencia la tonadita de reggeton de moda. O en todo caso, he visto como algunos coleccionan meticulosamente toda una serie de tickets, facturillas, etiquetas de cerveza, encendedores sin gas, insólitos fragmentos de servilletas sucias con números telefónicos mal apuntados y desdeñosos, afiches de conciertos, papeles que no hacen más sentido que para ellos mismos con una delicadeza casi obsesiva ordenada por fechas, estímulos, emociones, pulsaciones, trivialidades elegantes -y serias-. También he visto como otros prefieren tomar el café antes de tomar el desayuno por las mañanas, siete treinta, casi ocho. Y no faltan aquellos, que al finalizar el día hacen una serie de piruetas por toda la casa antes de ir a la cama, para acostarse en paz con los dioses de la madrugada. Sí, supongo, cada quien con lo suyo.

Pero también supongo, en todo caso; que hay una escalera al cielo en alguna parte -directa al infierno-. Y cómo hay de todo en la viña del señor, dicen, yo también tengo lo mío.

Los jueves (de todas las semanas, de todos los meses), tengo un ritual matutino que repito con la misma intensidad y/o insistencia al agarrar con las manos el papel periódico de todos los días y empezar el viaje inédito hacia los titulares lacónicos, funestos, ultrajosos, oh mierda oh mierda (¡!). Podría ser cualquier diario latinoamericano, insisto. Pero yo acoplo la lectura de ElPeriódico con el desayuno y la sonrisa atenta, quejumbrosa. Mi ritual es sin mayor rodeos, leer al Maurice (Maurice Echeverría) en su columna Buscando a Syd todos los jueves en este diario. Tengo ya varios años de hacerlo -antes en su otra columna de reseñas, en el otro formato, en sus notas periodísticas mayores-; recuerdo, quizá los años de conocerlo o poco más. El asunto es que me divierto junto a su lectura, me inquieta como aquel puede decirlo todo (o casi todo) con el espacio limitado que tiene la columna -no recuerdo cuanto es-. Pero me divierto de una forma elegante, correcta, ermitaña. Es bueno verlo a aquel jugar con el lenguaje de la forma que juega con él. Por otra parte veo que Maurice es un reloj puntual en sus letras, ya tiene bien cronometrados sus adjetivos; ya están limpios, curados, pulidos, bien trabajados pues (nada enfermizos ni extravagantes).

Y por último es grato recibirlo todos los jueves por la casa, ya que casi no lo veo y es bueno saber que respira el muchacho. Y que respira bien, sin tanto afán.

Así pues, válgame madres con aquello de los rituales personales ya no escribiré más acerca de los vivos; que si bien vivos están, es para que se defiendan solos. Bye bye macadamia power funk machine, oh mierda oh mierda (¡!).