lunes, 24 de enero de 2005

El vestidito

Crucé la calle; apenas pude poner un pie en la acera empedrada y escuché como dos idiotas, aunque certeros en su comentario, le decían “Vení pa’ca, mamita rica” a un par de piernas realmente bien hechas que se levantaban, solemnes, de unos tacones aguja gigantísimos. Claro, el predecible comentario iba acompañado de silbidos y murmullos del otro lado de la calle, patanerías realmente grotescas, humor del bueno, también sucio y denigrante.

Pero realmente, estaban en lo cierto. La nena estaba bastante bien, debo asentir. Llevaba un vestido supercorto y ajustado, un abrigo grueso de lana gris y unas lentes oscuras, que provocaban en ella una sensualidad inagotable, misterio siempre elegante, sexual curiosidad fonética y horizontal autopsia de instantes, pues. Los pies, sí, altares divinos. Las pantorrillas, un sueño fantástico (literalmente, de fantasía) y los muslos, autopista y deseo curvilíneo -penetración a otra galaxia, cosquilla tentadora-.
Por algo le dijeron de todo, claro. Sí, la nena era de una sensualidad explícita, más bien completa. Pero sí, dueña de un vaivén absoluto al caminar; y me atrevo, era simétrico, cuasi perfecto. No había visto nada parecido hasta entonces -o quizá, ya lo he olvidado-.
Y bueno; los tacones, finísimos (preciosos pies en tobillo). Era toda elegancia, sensualidad extrema y se dirigía, supongo, a uno de esos lujosos hoteles de la Antigua Guatemala a presenciar un acto religioso o una celebración formal, por eso la elegancia.

Luego del escandaloso piropo sexual, ella volteó la mirada a sus acompañantes -quienes hacían una mueca de altivez todo lujo mezclada con impaciencia a huevos mano- y sonrió; sabiéndose deseada y al mismo tiempo incómoda, ultrajada -y con el ala que mucos! casi en la punta de la lengua. Los tipos, los certeramente idiotas por cierto, siguieron su rumbo hacia el centro de Antigua por la calle principal. Todo era ruidos y sorpresa. Antigua era, todo ruido. Todo ruido, todo todo.



[ El asunto, es que me hizo pensar –y no en el diminuto vestido negro que llevaba, ni en las divinas piernas que apresuraban el aún sensual paso-por-paso, ni la divina melena en éxtasis perfecto y amalgama exacta con el rostro, cuerpo, toda curva en excesos–. Pero sí, me hizo pensar en otra cosa, recuerdo. Y es exactamente esto: 'En el mundo hay para todos, todo'. Hay quienes les gusta así, allá, acá. Hay quienes prefieren esto, aquello, lo otro. Y así, sucesivamente en su infinidad de posibilidades. Y no hablo específicamente de sexo, género o equivalentes; sencillamente fue el detonante que de alguna u otra forma me trajo hacia estas aguas, hacia estos pensamientos. Yo en lo personal, amo la diversidad en su máxima diversidad de diversidades. El gusto extremo por las posibilidades no ha cambiado en mí, nunca; y tampoco deseo que cambie, aunque sea muy a mi manera yo un fanático de los imposibles –delirium tremens del escritor, creo–. Pero hay tanta diversidad en el mundo que por instantes creo, aburre, desespera la cosa. Sólo saber que hay mucho, provoca ese feeling de imposibilidad instantánea (no verlo todo, no poder tenerlo todo, no vivir el mismo instante simultáneamente -esa empírica omnipresencia, creo) y por instantes duele. Aunque también es templo dador de muchas cosas. Por ejemplo, yo vivo y existo y amo profundamente a la mujer -volviendo a lo mencionado-. Tengo una obsesión creo, benigna y profunda, hacia ella. Amo cada parte femenina, cada exceso, cada sentimiento, cada rincón. Busco cada realidad aún mágica y amo cada una de sus ternuras, cada entrega, cada esfuerzo, cada una de sus lógicas innecesariamente lógicas, cada suspenso. En fin, amo ese absoluto todo femenino, esa sensibilidad del opuesto. Amo a mi actual pareja, tanto cómo amo el hecho de que ella misma, sea la siguiente y la única siguiente. O al menos, eso espero ]



Y mientras la nena y sus acompañantes seguían el rumbo hacia la entrada del majestuoso y fino hotel, los comentarios posteriores a dicho espectáculo no tardaron en llegar. Siempre sucede y luego de unos minutos –o metros– de plática, de nuevo la calle quedó en silencio. Completo silencio. Excepto los recuerdos, de un deseo ahora lejano, que murmuraba continuamente internas y sexuales palabrotas. Ese vestidito, etcétera. Pero a pesar de eso, todo era silencio. Los asuntos de género, en silencio. Antigua, era todo silencio. Todo todo silencio.