lunes, 24 de junio de 2013

TRES POEMAS desde mi rayuela

Hace 50 años, imaginen, se publicó un libro que cambió por completo la historia de la literatura. A mí me cambió, para que mentirles. Me cambió desde adentro hacia afuera, no sé muy bien como explicarlo. No es gran cosa, dicen algunos. Sí lo es, les respondo desde "el lado de acá". Para qué mentirnos. Cortázar hizo con Rayuela lo que Joyce había hecho con Ulysses, y mucho, mucho más. A medio siglo de haber sido publicado, este libro sigue siendo un enigma, una religión, un mandala. Cuando digo mandala, me refiero a que es un libro redondo, circular, luz, camino, faro y muchas cosas más. Tampoco quiero reverenciarlo, pero ya no hay opción. Toca reverenciarlo. Además, creo, que todos los que hemos leído y releído Rayuela, tenemos nuestra propia rayuela; es decir, nuestra versión de la misma, nuestro víacrucis, nuestro martirio, nuestra catársis llena de humor. Porque eso es Rayuela, una gran broma, un gran experimento, un cúmulo de muchas cosas, una bomba silenciosa. Dentro de algunos días, publicaré en mi columna musical una nota de esa ecuación: Jazz-Rayuela, que es otro de los grandes enigmas. Mientras tanto, les comparto tres poemas inspirados en ese libro que nos destroza a muchos, nos regenera a otros, y en definitiva, nos provoca y estimula a todos.


*
Bajo el frío aterrador
de una ciudad cualquiera.
Un libro puede ser almohada,
sueño,
cobijo.


*

Coltrane ha sido una autopista.
Una autopista en la que derretí el hielo de mis ansias más voraces.
Noches, ruidos, mujeres, jazz, crímenes, cárceles.
Habría que pensar en la vida de distinta manera,
pero nadie me lo enseñó.
Aprendí a ser necio
rechinando los dientes de la incredulidad más salvaje.
Aprendí a ser necio y torpe,
rebotando los voltios en paredes
con posters de Monk, Parker y Smith.
No hay duda que la mejor música,
es esa que llenás en tu cabeza a diario
y después, muchos años después,
cuando la melancolía es un aerolito mudo.
Todo se convierte en páginas que dicen muy poco,
sobre todo muy poco sobre el amor.


*

En París gemí frivolidades
una tarde de Junio de un año que se hizo musgo.
La plaza estaba poblada por una tribu de inmigrantes
de los que no sé el nombre, pero tampoco el de la plaza.
Había un frío errante y una monotonía tristemente desoladora
que hizo que se despertaran las últimas neuronas de toda mi desdicha.
En París tosí murmullos,
de esos que se van a alojar a cualquier parte.
Había un metro, un cielo azul y un manojo de franquicias americanas.
En París, ahí, justo al lado de una fuente de la que tampoco sé su nombre,
pero sé que Cortázar la describe muy bien en algún libro,
vi a un policía turco mear con su mirada robusta y siniestra,
los últimos minutos de una despedida abarrotada de besos y arrebatos.
Sé que el policía es turco.
Porque yo no invento cosas, sólo las retrato.




SOUNDTRACK:
Jazzuela (sigan el playlist completo)