martes, 22 de abril de 2008

Confesiones sedentarias

Yo no tengo ningún amigo que se llame Luis Miguel, Juan Morrisey o Camilo Séptimo; ni mucho menos un primo-hermano con nombre José “El Pirulí” Jiménez o Edgar “La Bala” González. Yo sólo tengo un abuelo de nombre Oswaldo, un perro de buena raza, dos papás aún casados y felices, tres tíos “descompuestos” y lejanos, cuatro tías religiosas, cinco fotos de mi “Comunión”, seis cuadros de un amigo, unas siete ex novias bien contentas con su vida, ocho gygas de página en blanco en la computadora, nueve mensajitos de texto guardados en el celular, tres libros publicados en diez años, una biblioteca metida en nueve cajas, ocho pares de zapatos, siete discos de Radiohead en la guantera, seis colonias para el uso diario, cinco camisetas negras, cuatro libros inéditos sumamente terminados, tres plumas Parker con las que no escribo ni toco trompeta, dos blogs donde publico torpezas, una novia muy guapa –y doctora–, un viaje al mar este viernes que viene y una hermana publicista que trabaja cómo hormiga atómica.


El abuelo, se fuma a escondidas dos cigarros mientras va a traer tortillas y empieza a toser cada tres de la mañana durante veinte minutos exactos. Al otro día, disimula que durmió de maravilla y de vez en cuando se queda dormido en la sillita del patio viendo cómo se rasca el perro la oreja con una de las patas traseras. El perro, que no tiene pulgas pero se rasca cómo todo perro, es un Husky Siberiano adorado y/o mimado por todo el mundo y con nombre de cigarro. Le gustan los helados de vainilla, los paseos largos, el hielo en abundancia y las caricias de mi vieja cuando llega del mercado. En especial las caricias, porque de vez cuando veo cómo mis viejos se toman las manos demostrándose cariño y pienso que felicidad es efímera, tan efímera cómo los descansos o los orgasmos. Y es por eso que deduzco, que a mis tíos (a quienes veo una vez cada cinco o seis años) les falto ése indicio de manosear a sus nenas (mis tías), que cada vez andan pregonando no sé que barbaries en pro y contra del mundo; ¡vaya su dios qué decir antes de todo lo que ellas dicen! Porque el día de mi “comunión”, cuando era pequeño, no recuerdo si fue mi vieja o una de las tías quien dijo que “Dios es cómo el fútbol, porque el arbitro es el único que manda”. ¡Uff, qué profundidad de pensamiento! ¡Qué desliz emocional! ¡Qué emoción de gol en Palco o Preferencia! Porque yo prefiero, la verdad, el arte de los goles artísticos. Ésos goles que llevan metáfora, tinta, óleo y mármol. Goles cómo los de M., que pinta y pinta para desgajarse de la fruta cotidiana y melancólica que le dejó una ex novia en la trinchera de las ganas-que no faltan para llenar los espacios en blanco del disco duro-que tecleo y tecleo, siento que el celular se destroza con los golpes dactilares que insisten en los diacríticos-que tuve que revisar para la última parte del último libro que era un poema largo en prosa tipo Dibujos de Ciego de Cardoza o Incurable de Huerta-que no recuerdo si está en la caja más grande, o en otra de las cajas que tengo guardada en el closet junto a los Flightposite que tanto me gustan al igual que el In Rainbows que aún huele a nuevo cómo la Farenheit de Christian Dior que volví a comprar hace un par de semanas el mismo día que mandé a imprimir sobre tshirt negra en serigrafía el título de mi último libro que pronto estaré presentando y firmando con alguna de las Parker hasta que postée algo relacionado con mi editorial en el blog y mi novia –que tiene una fascinación por los duendes, las bandas de rock duro cómo Smashing Pumpkins, NIN y Placebo–, me vuelva a seducir con las extreme boots o los All Stars grises mientras vemos la película de Tim Burton que a mi hermana no mucho le atrae pero seguramente la irá a ver al cine con una de sus amigas-hormiga de la agencia donde trabaja de 8 a 5.


Anyway, ¡Rock is not muerto, homie! ¡Y tampoco el Reguetón!