miércoles, 4 de julio de 2007

De la lluvia y otros fantasmas

"¡Oh aguacero! ¡Oh llovizna! ¡Oh lluvia! Ese estímulo rudimentario con la vida, ese golpeteo líquido e incesante de teclas sobre la página del día, ese presagio. Esa sinfonía inversa, ese tango convexo, ese blues quejumbroso. Conjetura versátil. Arrullo domiciliario existencial sin doble esfuerzo. Oráculo de verdes intenciones. Profecía cautelosa, premonición del buen agüero. ¡Oh chubasco! ¡Oh tormenta! ¡Oh tromba!"


A veces, pienso que la lluvia (más allá de ser un regalo inevitable de la física del “tiempo”) es una abreviatura en pausa, un recurrir a la espera, un hiato. Un poema delicioso que está a punto de finiquitarse, una prosa dispuesta y en temible celo. Digamos que es esa espera en esa frontera que tiene el “prepararse hacia algo” y el “enfrentarse con el algo”. En otras palabras, una emancipación de emociones germinando para dar a luz una pericia futura. Algo así como visualizar un gigantesco y frondoso árbol verde (verdísimo), en medio de un terreno baldío y desértico. Un déjà vu futuro, pues; un corazón bombeando la sangre completita del universo.

Por ejemplo, cuando llueve, a mí me dar por pensar en el París-Baires de Cortázar, o en el París-Praga de Kundera. Incluso divago por la lejana China de Li Po y por el congestionado Distrito Federal de David Huerta. No sé, me da por pensar en la lejana melancolía de otras latitudes, otras altitudes, otros hemisferios. Pero también sucede que me da por pensar en los Cuchumatanes de los tantos adobes, o en el Izabal de las tantísimas palmas.
También pienso (y muchísimo) en Frédéric Chopin encerrado con sus demonios lúcidos, tratando de esbozar las notas de aquel Preludio de la Gota de Lluvia (Preludio No. 15 en D-flat). Supongo que todos mis pensamientos se someten estrictamente a una nostalgia incendiaria y antiquísima; o a una síntesis de recuerdos. O quizás, a una promesa de amor flotando en el olvido. Hard Rain Late Night, suplicaría John Coltrane junto a la gemela súplica de Miles Davis.

Lo que sí es cierto, y en eso estoy de acuerdo con Octavio Paz, es que 'la lluvia invita a la reflexión de los actos promisorios'. Actos futuros siempre, pero actos insólitamente necesarios. Actos siempre rodeados de melancolía, pragmatismo, suposición y desacuerdo (lo último, hasta cierto punto). Pero en todo caso, la lluvia siempre invita al diálogo con la más íntima de las intimidades. Y por lo mismo, es que es un fiel acompañante de cualquier creación artística o de cualquier exaltación de belleza. Imagino, por lo dicho anteriormente, a Joan Miró pintando largas horas en el 45 de la rue Blomet con las gotas de lluvia parisinas cayendo sobre el tejado. O sino, a Auguste Escoffier improvisando delicias en la cocina principal del Savoy Hotel bajo el lluvioso cielo londinense.


¿Será entonces que la poesía, cómo indicio absoluto y necesario, es un acto provisto de lluvia y agua y excesiva melancolía? ¿Será que el 'mejor' poema, la 'mejor' novela, la 'mejor' sinfonía se escribe en esos/estos días de lluvia? ¿Será que la 'mejor' pintura es un real tormento? ¿Una tormenta? ¿Un real chubasco mojado de azules o translúcidos territorios pincelazos?

¿Será que las palabras, éstas palabras, son como gotas intentando rebatir al rito del silencio? ¿Al rito del intermitente y fantasmagórico recuerdo?


Bien lo decía AC en aquella cancioncita de Los Abuelos De La Nada: "...y cuando llegaste me miraste y me dijiste loco, estás mojado, ya no te quiero". Ahora, después de tanto tiempo de andar por las calles de la vida mojado, por fin entiendo.